Qué baja oratoria
La verdadera noticia estos días por esta tierra es el agua, la lluvia que cae de forma y continuda, que nos hace recordar aquellos días de otoño o invierno en que no paraba de llover, como en el Macondo de García Márquez. Llovía tanto que en las fachadas y entre piedras de las calles aparecía verdín de la humedad. Resulta extraña la lluvia, que se convierte en noticia. Esta trata lo singular, ya saben, no que el perro muerda a una persona, sino al revés. De lo que les hablaré en estas líneas no es noticia, sino un mal continuado, que no por ello deberíamos prestarle la debida atención. Nuestros políticos se han convertido, o mejor dicho ya llegan a la política, como pésimos oradores; tanto que deben leer la mayoría textos preparados (con muy mala entonación), lo que se expone en foros, ayuntamientos, diputaciones o parlamentos. Ojo, también los hay sin papel que son incluso peores.
La oratoria consiste en hablar en público de manera eficaz y persuasiva para defender una argumentación que debe ser clara, a la vez que convincente, captando la atención del auditorio para generar el favor o anuencia de este para un posible debate o cambio de actitud. Andalucía se ha convertido en un referente del debate educativo tanto en la educación secundaria como en la universitaria, donde un profesorado entusiasta prepara a su alumnado para defender tanto en una opción, o si se le toca en suerte la contraria, para para hacer que un jurado les haga ganadores frente a otro equipo porque su contenido, expresión, movimiento corporal y persuasión han sido más convincentes. No quiere decir que sea un proceso de automatismo para triunfar, cada personalidad también matiza. La política ha tenido siempre un gran componente de debate, aunque ahora la disciplina de voto hace que la convicción esté más en la orden de apretar un botón o levantar una mano que en escuchar y ser persuadido.
Hace pocos días apreciamos que (¿cómo se debe llamar a alguien que dimite y a la vez parece que no dimite?) Mazón leyó su “renuncia” y acudió a una comisión parlamentaria en su comunidad donde también leyó su intervención. Joan Baldoví de Compromís, como era de recibo, se lo afeó, insistiendo en que tomaba el pelo a esa comisión porque el texto que leía se lo habían escrito quienes lo acompañaban. Pocos políticos aprecio que no lean y muestren un discurso coherente e interesante. Destaca Gabriel Rufíán (quién me lo diría) en el parlamento nacional, Emilio Delgado en el de Madrid o José Ignacio García Sánchez en el andaluz. Me gustan porque no leen y tienen capacidad de transmisión y “persuasión”, aunque eso no provoque que algún rival cambie de botón. La gran mayoría decepciona de manera supina porque apenas saben leer con soltura lo que les han preparado, incluso alguna con “pìnganillo” resultan de un artificio inverosímil. Si tuvieran que convencer poco podrían esperar, pero es lo que hay. Menos mal que llueve.






