Lo correcto sería que no apareciera el prefijo negativo, sino algo más objetivo, la defensa de animales que sufren tortura por placer y diversión. Pero como ven resulta muy larga la forma para referirla. Sin embargo, en esta última expresión se asienta la mayor en esta causa que se intenta obviar a conciencia. A menudo la contraargumentación que defiende la tortura animal se intenta disfrazar de otros asuntos menores como son la tradición, una supuesta “libertad” para elegir asistir a ese cruento espectáculo y que no vaya el que no quiera, la aventurada pérdida de las dehesas, el fin de una raza que no existe, puestos de trabajo que diluirían al tener que buscar otro como ocurre a quien lo pierde, más un largo etcétera ficticio y poco sólido desde la racionaliodad. No obstante, cabe decir que todas estas falacias pueden ser rebatidas y caen por su propio peso.
El problema del asunto radica que una vez agotado el repertorio con su refutación pertinente aparece en los “taurinos” la descalificación gradual. Todas ellas las he vivido en primera persona, ergo las conozco. En primer lugar se acude al insulto más laso, como “perroflauta”, aunque poco consistente cuando se aprecian personas de todos los estratos sociales y condiciones en la defensa, “parásitos” es otra lindeza similar, ya ven; “a picar piedra os pondría”, reconozco que esta añade una connotación socio-histórica interesante, producto del anhelo por una parte de los defensores taurinos de una época que utilizó las corridas de toros como aquel pan y circo tan eficaz. Una vez superada esa fase se da el presupuesto que toda reivindicación de ese tipo aglutina a extremistas de izquierda y comienzan las valoraciones moralistas, si eres antitaurino estás a favor del aborto, de ETA, de abandonar a los ancianos por perros, y algo sorprendente, que no acoges a inmigrantes en tu casa (sic). La tercera fase es el insulto, qué variado es el idioma español en ese sentido, aunque predomina las acepciones sexuales y las inveteradas costumbres de vilipendiar a las madres. Culminan las fases con la amenaza. Por cuestión de espacio mencionaré las dos últimas recibidas: la genérica, cuando vaya por la calle me van a dar una paliza y otra más singular centrada en mi boca, me van a partir los dientes. Lo sentiría, he gastado mucho en ella.
Y así es la vida del antitaurino, algunos incluso comen hamburguesas, fíjate tú. Lo curioso de todo esto reside en que su demanda se realiza desde el pacifismo, con quinientos años de historia desde que un Papa la reivindicara. Nuestra sociedad evoluciona y se van sumando pequeños logros como los recientes, la suspensión judicial del toro de fuego de Medinaceli, anulación del Premio Nacional de Tauromaquia con un respaldo del 90% de la sociedad, o la eliminación de corridas en Colombia. Lluvia fina. Les dejo con mi admirado San Juan de la Cruz: "correr toros es cosa peligrosísima para la conciencia de quien manda o autoriza su celebración".
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