lunes, 28 de diciembre de 2015

ÚLTIMA COLUMNA DEL AÑO EN IDEAL 27/12/15

País viejuno
Manuel Molina

Todo parece alrededor viejo, o viejuno que dirían los modernos hipster con su barba larga, pelo recortado muy cool y gafas de pasta. Escribo esta columna oyendo el flamenco que sale aireado por la flauta de un joven llamado Sergio de Lope, que intenta hacer flamenco del siglo XXI mirando a lo ya hecho y aportando la distinción. Me gustan los jóvenes no aborregados que disienten con algo tan poco valorado como el arte. Horas y horas de preparación para luego navegar en aguas difíciles, en el mar abierto de la consideración. Cómo ser Paco de Lucía o Miguel Poveda. Mientras tanto aportando un granito de arena.
Las calles aparecen iluminadas en el centro con su llamada de luces para el consumo, que no se nos olvide. Decía Pepe Mujíca que somos pobres porque deseamos lo que no tenemos, la necesidad de acumular. Los escaparates atractivos ofreciendo mercancía, un desgastado sucedáneo llamado Santa Claus o Papá Noel que transita las calles con desapego, con aire impostado de ficción increíble, sirva el oxímoron. Los belenes se iluminan con luces adquiridas en las tiendas de los chinos que se encienden y apagan con desgana entre musgo y pastores, donde un personaje alivia el vientre entre riscos artificiales. Belén, campanas de un belén eternamente sitiado por romanos o por otras variedades. Te ofrecen mantecados industriales hasta el hartazgo y piensas que tal vez irán donde el amor olvidado a un limbo de saturación que los convertirá una vez inútiles en pasado de lo que no es moda ni tiempo marcado.
A los más lejanos le comunicamos nuestro estado por Facebook. Me siento Navidad. A los más cercanos les enviamos cientos de mensajes innecesarios por whatsap, con chistes in absentia, con soez repetición o intrascendencia mediática como los programas de Telecinco. Todo el mundo envía y todo el mundo recibe salvo los raros y los muy alejados de la tecnología falsamente democrática.
Escucho el discurso de la esperada nueva política y veo fotos en los libros de historia iguales que la situación actual. Sí existe un cambio, como me indica un amigo ruso, no hay militares ni iglesias al acecho. Sí, pero mira a Don Niceto discutiendo con Maciá el problema catalán en los años treinta y la derecha y la izquierda buscando extraños compañeros de viaje. Ya, pero hay autovías. Sí pero no puedes ir a más de cien kilómetros por hora. No, ahora le cambian el nombre ya se podrá circular a ciento veinte. ¿Pero habrá tractores circulando para embestirlos?

Hemos evolucionado y los parques y plazas no tienen árboles y sí cemento. El mismo cemento en todas partes lo que describió magistralmente Rafael Chirbes en sus novelas sobre el pelotazo y la creencia en la nueva riqueza. No seas malafollá, me dice. No hombre, vosotros estáis peor, os falta una zarina. No le agrada el comentario pero seguimos caminando por un paisaje distante, por un arroyo seco en pleno campo y rodeados de olivar y olivar. ¿Y esto es riqueza, mantenéis esa creencia?. Que sí, hombre, no los levantó la nada…nos callamos y seguimos el paso por veredas y laderas que en realidad no conducen a nada concreto, tal solo el placer de caminar, hablar y pensar. Tu país es viejuno, me comenta y luego calla. Pues el tuyo más, y me sale Caín.

sábado, 26 de diciembre de 2015

SERGIO DE LOPE. A NIGHT IN UTRERA

Me gusta el título, dí que sí que esto es el siglo XXI, con sus luces y sus sombras pero como los de Alicante, ya se sabe. En mi casa se escuchaba al mediodía un radio casette antiguo con ruido trasplantado del vinilo y allí cantaban Pepe Marchena o Fosforito. Mi padre se tomaba una copa de vino oyendo cantes antiguos, yo los guardo todos. No le gustaban los cantaores que berreaban, por eso no era devoto de Camarón. Quiero decir que este disco de Sergio de Lope, joven talento, le hubiese desconcertado porque responde a ese prejuicio y los bajos eléctricos se amortiguarían, según él, con la dulzura de la flauta, tal vez sería mi esperanza para convencerlo. Aunque odiaba las bulerías le hubiese prestado atención de alguna manera, porque se aprecia que la protagonista es una dulce o guerrillera travesera y lo envuelven un piano, que a veces martillea junto a la percusión, las palmas y a veces, oh mores, la guitarra. Él que era de guitarra y cante y yo ahora disfrutando cada vez más del flamenco que no es eso, ni guitarra, ni cante. Por eso me gusta María Toledo o Dorantes. Tal vez no hubiésemos ido juntos a un encuentro flamenco, ni a la peña ni a una plaza de toros (donde no matan toros). Cada uno su sitio, lo nuevo y lo viejo, la eterna dicotomía desde los griegos. Pero si hubiésemos ido a un concierto de Sergio de Lope los dos disfrutaríamos porque ha sabido conjugar en su trabajo discográfico en directo lo que me gusta a mí y lo que le gustaba a él. Echaría pestes de los ritmos latinos o el jazz pero me daría la razón en que hoy día Pepe Marchena no tendría dónde actuar, salvo para unos frikis o algo importante como modelo aprender y luego destruir, matar al padre que aconsejaba Freud, eso sí, en sentido figurado. 
Un día un amigo me convenció de que Juan Ramón Jiménez era un revolucionario porque llevó el arte a lo más alto y me puntualizó que cuando un joven se decanta por el arte algo revoluciona, tal vez el borreguismo y la repetición del insustancial dejarse llevar. Por eso me gusta lo que hace Sergio, saltimbamqui flamenco sin red; por el riesgo que supone evolucionar y pretender mostrarlo en el café Berlín de Madrid, en estado comatoso como local -qué sufrimiento- o en el Teatro Victoria con la hinchada local. Aprecio el inconformismo de Sergio en no acomodarse en lo de figura local y exponerse sin parapetos en escenarios donde no se conocen a tus padres o tus primos, es decir, se siente artista y echa el resto. Ahora tiene un pasaporte o un salvoconducto en forma de disco, mire usted este soy yo, que podría decir; y matizar"voy palante". Qué responsabilidad. Suerte.