martes, 16 de diciembre de 2025

"GUARROS Y PUTEROS" (Ideal, 14-12-2025)

 

Guarros y puteros

Manuel Molina

 

           La política española se esmera en exhibir sus logros y presume de tener ministerios con una sólida perspectiva de género y lanza campañas con eslóganes inclusivos, (todos y todas en cada inicio de acto), incluso vienen acompañados de promesas solemnes en ruedas de prensa. Sin embargo, la realidad que se vive día a día en el pasillo de un ayuntamiento, diputación o a pie de escaño sigue dando la sensación de que es una historia completamente diferente, que a quien se le llena la boca con esa distinción le resbala por guarro y/o putero. Los incidentes más recientes que han sacudido a los principales partidos, especialmente el PSOE, no deberían verse como simples anécdotas, sino que son síntomas graves, de un problema más profundo. Cuando comienzan a surgir denuncias internas por acoso y las respuestas se quedan atascadas en protocolos que nunca llegan a activarse, es precisamente en ese momento cuando la credibilidad pública de toda la institución comienza a resquebrajarse.

           Hablamos de esos comentarios sutiles, dichos a veces en el fragor del hemiciclo acodados en el atril (“me pone verlas enfadadas”), detrás de la mesa de alcaldía (“estoy solito en el ayunta”, “te tengo muchas ganas”, ”¿echas de menos una buena comida de almeja?”) o con el descaro en un bar. Tratan a una mujer como si su verdadero mérito dependiera del afecto que le dispense un varón o, peor aún, de su simple aspecto físico. Las víctimas de este desprecio no son únicamente las mujeres que acaban señaladas en los titulares, sino que también lo son todos los votantes que depositaron su confianza en esas personas o siglas. La democracia, como bien sabemos, se fundamenta en la promesa de que todos seremos tratados con dignidad; por eso, cuando esa promesa se traiciona a causa de comentarios degradantes o por la inacción frente a una denuncia de acoso, se traiciona de forma directa el voto de la ciudadanía. La humillación pública es, en esencia, una forma de violencia política que erosiona gravemente la legitimidad y la ética.

           Los aparatos internos de los partidos, de hecho, suelen mostrar una  doble cara, proclaman sus protocolos y exhiben poses muy correctas, pero cuando las denuncias finalmente aparecen, invocan la confidencialidad o la presunción de inocencia hasta que el rumor se vuelve algo absolutamente insoportable. Se requiere algo más que simples palabras, resulta urgente que haya tanta coherencia como firmeza y una auténtica tolerancia cero. Y la ciudadanía, especialmente quienes votaron esperando representación y respeto, merece que su confianza no sea tratada como objeto de gestos simbólicos (todos y todas), sino que se traduzca en medidas reales y efectivas. Si la política no es capaz de mirar con empatía a quien sufre y corregir a fondo su propia cultura interna, perderá algo que es irreparable, no solo votos, sino su autoridad moral. Una democracia que tolera el desprecio y acoso hacia las mujeres es, al fin y al cabo, una democracia que deja de representarnos a todos. No debemos permitirlo.


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