lunes, 9 de junio de 2025

"TEATRILLOS" (Ideal 8-6-25)

 

Teatrillo

Manuel Molina

 

           No sé si fue antes la gallina o el huevo, si los votantes nos dedicamos a elegir personas incapaces para la política o hemos realizado dejación y quienes estarían preparados para cargos de responsabilidad sienten repelencia hacia estos y así los menos preparados se alzan con las poltronas. Puede que en mitad actúe desde la sombra un poder que precisamente haya procurado tal situación porque lo beneficia. Viene la reflexión al hilo de los continuados teatrillos con que nos vemos sorprendidos, día sí y día también, por la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. En tal aspecto parece haber recogido el testigo del ínclito y prófugo Puigdemont, experto en escenificaciones baratas y chuscas. Ambos, aconsejados casi con pinganillo rememoran aquella figura ya desparecida del teatro, “el traspunte”, invisibilizado a los ojos de los espectadores tras una concha en el frontal del escenario, que iba recitando el texto y los intérpretes lo repetían sin ni siquiera la necesidad de aprenderlo.

           Hubo un tiempo en que se presuponía cierta intelectualidad en quienes accedían a la política como representantes públicos. Si uno repasara las personas que componían el parlamento durante la Segunda República y lo comparara con el actual, mal que le pese a Esperanza Aguirre, añorante y amartelada de dictaduras, se queda un tanto frío de apreciar la falta de preparación de algunas señorías que calientan asiento en él. Se hace extensible a gobiernos autonómicos, provinciales y locales en los cuales basta mostrar aprecio a unas siglas y paladines para sentarse en lugares de representación pública. En una parte considerable y cada vez más extendida de ellos se tiene el total convencimiento de que se ha alcanzado tal circunstancia más por apego y seguimiento que por un proceso democrático de elección y así las cuentas se rinden tan solo a la figura que lo encumbrara y círculo cercano que en la sombra ordena y manda.

           Un jefe de estado como el propio Manuel Azaña gustaba del teatro como espectador y como autor, incluso estrenando. No se mostraba afecto a la astracanada ni el costumbrismo jaranero y simplón, sino que sentía predilección por la alta comedia o los clásicos. Otro Jefe de Estado republicano como Alcalá-Zamora también era muy aficionado como asistente y crítico a las representaciones teatrales. Resulta una comparación inevitable la falta de preparación intelectual de la propia Ayuso para alcanzar un mínimo de entendimiento sobre un  teatro exigente o de cierta calidad. Desde su pinganillo metafórico recibe de sus traspuntes unas instrucciones y sin ningún arredro o rubor se lanza a la interpretación de sal gorda –en verdad no tiene dotes actorales- y enfangada en el ridículo interpretativo de baja estofa se nos presenta exultante, con esa extraña mirada que busca entre bambalinas la aprobación de los generadores del dictado, como una alumna de primaria en la fiesta fin de curso a su “seño”. Lo peor de todo es que resulta efectiva la bufonada y una parte  jalea a la intérprete. Seguiremos haciendo dejación y asistiendo a estos preocupantes teatrillos.


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