De la
indiferencia
Manuel Molina
En medio del intencionado ruido de
las redes sociales, de los reptiles intereses geopolíticos y de la fatiga
informativa provocada por la desinformación, el mundo asiste, impasible, a una
tragedia humana de dimensiones devastadoras. Más de 50.000 palestinos han
muerto —una cifra estremecedora, piensen que tiene caras— en la Franja de Gaza
desde que se intensificó la ofensiva militar israelí en 2023. Y, sin embargo,
como si de una sombra que se desvanece se tratara, la comunidad internacional
apenas reacciona. La historia, dolorosamente cíclica, nos enfrenta a un espejo
incómodo: la misma indiferencia global que permitió los horrores del
Holocausto, que se repite ahora frente al sufrimiento palestino. No se trata de
trivializar, ni de comparar de forma frívola tragedias. Pero sí de reconocer
patrones. Cuando en los años treinta y cuarenta del siglo XX se supo del
exterminio nazi, muchos gobiernos demoraron su respuesta, invocando la cautela
diplomática o alegando falta de información fiable. Hoy, la tecnología nos hace
testigos directos, en tiempo real, de la devastación en Gaza. ¿Cuál es entonces
la excusa?
La relatora especial de la ONU para
los territorios palestinos ocupados, Francesca Albanese, ya había denunciado
hace más de un año que “lo que está ocurriendo en Gaza constituye un genocidio
en curso”. Su informe presentado en marzo de 2024 no deja lugar a dudas: uso
desproporcionado de la fuerza, castigo colectivo, asedio total, ataques a
infraestructuras civiles como hospitales y escuelas. Son crímenes tipificados
por el derecho internacional. También Human Rights Watch ha documentado
“violaciones sistemáticas del derecho humanitario”, mientras que Amnistía
Internacional ha calificado las acciones israelíes como “crímenes de guerra”.
El Tribunal Internacional de Justicia, en un fallo histórico, instó a Israel a
tomar medidas inmediatas para prevenir el genocidio. Sin embargo, los
bombardeos continúan, la ayuda humanitaria se bloquea y los muertos se
acumulan, muchos de ellos mujeres y niños. Incluso chulean cantando en
Eurovisión.
Mientras tanto, los grandes medios
internacionales mantienen un tratamiento ambiguo, cuando no directamente
cómplice, utilizando un lenguaje edulcorado que invisibiliza al agresor y
diluye la responsabilidad. Gobiernos poderosos, especialmente en Occidente,
apelan al derecho a la defensa israelí mientras ignoran el principio de
proporcionalidad y el derecho internacional humanitario. Condenar al gobierno
de Netanyahu no implica estar a favor de Hamás, sino de la paz y la vida.
No podemos callar. Como escribió el
premio Nobel Elie Wiesel, superviviente del Holocausto: “Lo contrario del amor
no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario del arte no es la fealdad, es
la indiferencia. Lo contrario de la vida no es la muerte, es la indiferencia”.
Esa indiferencia es hoy el verdadero crimen global. Insisto, no se trata de
estar a favor o en contra de un estado, se trata de estar del lado de la
dignidad humana. Lo que ocurre en Gaza, día tras día, no es un conflicto: es una masacre. Y mirar
hacia otro lado nos convierte, una vez más, en penosos indiferentes, en
verdaderos cómplices silenciosos de la historia.
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