Navidades
posmodernas
Manuel
Molina
Supongo que será consecuencia de la
edad el escepticismo, como medida ante la melancolía que puede producir una
comparación de lo vivido y de equilibrio ante lo novedoso. Seguramente ni lo
pasado fue tan peor, ni lo actual tan mejor.
De todas las Navidades pasadas quizás el mejor recuerdo que atesoro sea el de una familia con muchos
componentes alrededor de una mesa para disfrutar sobre todo el encuentro, y
puede que mejor aún fuese el día anterior o ese mismo con todo el trajín de los
preparativos. Aunque si he de ser honesto, mi recuerdo más grato de las fiestas
navideñas aparece unido a la noche de
Reyes Magos en que se recibían uno o dos
regalos y algunas chucherías. Resulta curiosa esa sencillez proveniente de lo
extraordinario. Mi memoria se aferra a un camión de plástico muy duro, amarillo
y pequeño, que cargaba y descargaba. Le até una cuerda al guardabarros
delantero y se convirtió durante meses en un compañero inseparable de juegos.
Me sigue llamando la atención que algo tan primigenio produjese tanta felicidad.
Sí me mantiene perplejo el dispendio
hiperbólico y consumista que arrastra la celebración de las fiestas de final y
principio de año. Las infatigables comidas de familia, empresa, conocidos y
casi desconocidos. Un pantagruélico y continuado encuentro al que si renuncias
te cae el marchamo de rarito o malafollá. Resulta muy curioso que el alumbrado
y temática propia de estas celebraciones se haya adelantado a final de octubre,
casi. Una Navidad de dos meses y pico, con un desfile de Semana Santa incluido
en Sevilla, tan contradictorio que resulta difícil en una catequesis explicar
que el mismo Jesucristo que sale por las calles en tronos con apariencia de
lacerado y sangrante, está a punto de nacer. Y qué decir de la modernidad que
supone seguir una importación más de cultura sajona, filtrada por los USA, como
son los elfos, hijos directos de Jalogüín y nietos de Papa Noel. Allá cada uno
con su manera de entender la felicidad. Simplemente me admiro de cómo funcionan
estas cosas y lo bien que se programan para que sean aceptadas, bazares de
chinos incluidos.
Y las campanadas, fiel reflejo de
nuestra España polarizada entre “los hunos y los hotros”. Mi opinión personal
sobre una de las dos opciones que nos ofrecen para polarizarnos se acerca más a
Broncano, por paisano; y a Lalachus, porque me parece más real que los
semivestidos manidos de la Pedroche. Lo que sí me llama, de nuevo, la atención
es el acecho de la caverna ultra para escanear atentamente todo aquello que les
huela a progre o “comunismo”, como que una persona normal, fuera del canon
estético impuesto aparezca como protagonista en una celebración. Ponen en
marcha toda la maquinaria social para enmierdar todo lo que puedan, en el
intento de desprestigio que supone insultar a una joven llamándola gorda y puede que tengan razón en
algún término, pero al revés. Cargaría mi camión amarillo de Reyes Magos con
ellos y los llevaría al estercolero, a los enfangadores, allí quedarían en su propia
gloria.
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