La península de
David Uclés
Manuel Molina
Hace poco menos de un año que el
nombre de David Uclés aparecía bajo el título llamativo y voluminoso de “La
península de las casas vacías”, acompañado de una imagen en portada del pintor
Zabaleta. Te preguntas quién podría ser aquel autor desconocido que presentaba
tal tocho sobre la Guerra Civil española y encima se declaraba como apunte
desde la solapa que incluía realismo mágico. Cumplía el dicho, ya saben, de que
hay “gente pa tó”. Tal vez lo que sorprendía un poco fuese que el sesudo autor
que perpetrara una novela más de la Guerra era solo un zagal de treinta y
cuatro años y además de Úbeda. Ese podría ser el principio de un relato, que
por supuesto acompañaría el calificativo de “friki”. Seguro, un rarito, que en lugar de matar bichos en una
videoconsola los crea. Y hete aquí - tenía ganas de escribir esta expresión
hace tiempo- que un amigo me viene con una recomendación “im-pres-cin-di-ble”, sobre dicha novela del hipster instruido con
inquietudes. Y al poco tiempo, uf ya raro, otro que me proclama como summum que
es no la novela del año. Ambos no se podrían calificar como propensos a las
lecturas ensalzadoras de adolescentes e insípidos. Habría que empezar a leerla.
Y no
defraudó. Como suelo combinar varias lecturas a la vez fue poco a poco ganando
terreno a las demás competidoras, hasta convertirse en prioritaria y
urgente. Para que me entiendan puede asemejarse a lo que ocurre cuando lees por
primera vez “El infinito en un junco” de Irene Vallejo. A medida que se
sucedían las páginas se tomaba consciencia de que aquello era único, de que
aquel tipo con su descarada juventud había logrado crear una obra clásica, en
el mayor de los sentidos, atravesando un territorio ya conocido con una nueva
mirada, atrevida y espectacular. Impresionante. No se trataba de que gustara o
no el relato, lo verdaderamente importante residía en que lo había creado con
una voz inusitada y un prodigio capaz de realizar todos los equilibrios
literarios que quisiera. Busco información a través de internet y las distintas
páginas me corroboran que quien ha creado aquello tan maravilloso solo
tiene treinta y cuatro años. Me asalta incluso la duda, ¿No será un Carmen Mola
que esconde un equipo de escritores? Continúan las pesquisas y amistades
ubetenses me corroboran que en verdad, en verdad, no es trino, solo uno. Y
quedo fascinado.
Conocer a
esa persona, que es capaz a la vez de ser personaje literalmente sin
despeinarse, produce la doble sensación de disfrutar la obra y el autor,
no siempre un binomio que hace buenas migas. Y así no me extraña que sean
ya trece ediciones las que sume su obra y que como un Willy Fog recorra el
territorio ibérico sin descanso, porque su obra tiene el valor añadido de poder
disfrutarla como lectores y no menos de su persona con los pies ligeramente
apoyados en la tierra, alzándose sin elevarse.
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