No hay humor?
Manuel Molina
Hace años el alcalde de Jerez, Pedro
Pacheco, declaró que la justicia
española era “un cachondeo” y aquello le salió caro, pero en el ideario popular
ha quedado como expresión recurrente. El sistema judicial en España en algunos
aspectos hace agua por algunas razones demostradas en una tesis doctoral de
alguien que conoce el sistema desde dentro como el juez Francisco Gutiérrez,
defendida en 2016. Exponía en síntesis los siguientes males: la falta de
uniformidad en criterios, la carencia de metas compartidas, el constante
colapso y el estado deteriorado que genera descontento en todos: en los que
gestionan desde los tribunales, en los que la sufren como empleados, y en los
que la experimentan como ciudadanos. Presentados los hechos parece que años
después no hemos avanzado en las soluciones y en el trabajo académico se apunta
también un hecho curioso como que países europeos que invierten menos en
justicia son más eficaces. Puede que influya el carácter litigante español ya sea
por cuestiones políticas o de la ciudadanía en particular o de esos grupos que
como práctica se dedican a denunciar todo lo que huela a lo contrario de lo que
creen que debe suceder.
Lo que sí resulta evidente entre las
causas que se llevan a los tribunales es la falta de humor que está alcanzando
nuestra sociedad paralela a la crispación. En este caso no se sabe exactamente
si fue antes la gallina o el huevo. El humor ha cambiado con lo políticamente
correcto y ha propiciado una sociedad más aburrida y enervada. No quiere decir
esto que me convierta en un nostálgico de los chistes de Arévalo, Marianico “El
Corto” o Fernando Esteso, de maricas, gangosos y palizas a la “Ramona
Pechugona”. Hace escasos días un juez admitió a trámite una denuncia al cómico
Quequé por una broma de, tal vez, de mal gusto (según crencias) sobre El valle
de los Caídos; aunque sin perder de vista que se trata de un programa de humor.
Pero fue de peor gusto la comparación malintencionada del propio juez con la
Plaza Pedro Zerolo, dejando claro que había una preocupante intencionalidad
ideológica en su palabra, por encima de su ejercicio judicial en ese instante.
También debemos matizar que si la broma se presenta por un partido político que
quiere dinamitar los cimientos de la democracia como propaganda política ya no
es un chiste o gracieta, se trata de un asunto muy serio.
Nuestra sociedad se supone q ue ha progresado, pero ha sufrido un retroceso
en la libertad de expresión, más que nada por la autocensura o la afición a la
denuncia profesional de organizaciones ultra, que ven desechadas sus
acusaciones en noventa y nueve de cada cien casos, pero muestran enorme satisfacción
por ese uno por ciento logrado contra el mal que supone el humor. Cuesta
aprender a reírse de uno mismo, pero resulta sanísimo y quien me conoce bien lo
sabe, lo ejercito. Hagan chistes de sus meteduras de pata o fracasos;
inténtenlo, mucho mejor que ir al juzgado.
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