Ver, oír, ¿y callar?
Manuel Molina
Cuando se escribe algún tipo de ficción parece que subyace el principio que
aportara George Orwell en su ensayo “Why I Write” (1946), donde menciona que uno
de los motivos para escribir es el "deseo de ser recordado favorablemente" y la
"necesidad de ser reconocido". Su análisis sugiere que la escritura es, en parte, un acto de búsqueda de aceptación y validación, razonamiento que comparte también con
Roland Barthes en “El grado cero de la escritura”. Se puede sintetizar en que se escribe
en tal caso para ser querido. Tal vez tenga un determinado punto de vanidad, porque en
el mundo artístico existe una proliferación, aunque no exclusiva, de búsqueda de fama y
afecto; y la escritura se puede convertir en una forma de proyectar una imagen
idealizada de sí mismos. Ahora bien cuando se escribe opinión la vertiente genérica se
puede transmutar y aunque los egos sobrevuelen el espacio tal vez sea menos dominante
la razón mencionada de querer hacer amigos.
Por desgracia, no soy periodista, lo he intentado aclarar siempre que se me
intenta adjudicar esa etiqueta. Siento mucho respeto por la profesión y no alcance a ello.
Ahora bien, me he sentido muy privilegiado de poder colaborar durante muchos años
con el periodismo. Resulta apasionante formar parte y sumar en un medio de
comunicación como la prensa, que resiste ante la apisonadora de las tecnologías y la
expansión, casi vírica, de la intencionada desinformación para captar adeptos a rediles
del borreguismo. Cuando decidí aceptar el reto de escribir mi opinión en un medio de
comunicación tuve presente, aparte de la responsabilidad que adquiría, el compromiso
con la honestidad. En este último caso debía respetar un principio como mandamiento:
no mentir, lo que implicaba estar documentado cuando se afirma o niega algún asunto.
Me ha servido como argumento cuando alguien intenta arrimar mi opinión hacia una
supuesta especie de dictado. Todo ello implica, como resulta obvio, recibir críticas
desde todos los lados, pero ahí radica el pago; no obstante, me reafirmo en que no
escribo opinión para hacer amigos.
Entre los calificativos que han llamado la atención me encuentro varios por su
curiosidad: polemista, podemita, y a la vez facha (eso sí me ha dolido), sociata de
mierda, colaboracionista pepero, izquierdoso, perroflauta, comunista, sanchista (sic) o
pseudo piriodista (sic). Como ven parece un muestrario de tómbola ideológica. A lo que
voy, si quieren saber quiénes les rodean o por donde viene el aire, manifiesten en
público su opinión argumentada; por ejemplo en una red social, y esperen unos
minutillos la efervescencia proporcional a la relevancia del asunto. Admito que me
sorprende aún que me envíen mensajes privados intentando censurarme o hacerme ver
que bajo su punto de vista pretendan censurarme o callarme, incluso me dicen que me
desprestigia (y dale). En ese momento aparece la fortaleza de tener claro que no me
mueve la prebenda, ni el reconocimiento, les recuerdo mi derecho cívico y que no
escribo para que me quieran. Entonces se enfadan aún más.
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