Andalucía
Manuel Molina
Andalucía, como cualquier otra parte del
mundo, tiene luces y sombras. Entre las virtudes podemos señalar la alegría, la
hospitalidad y el ingenio, que son innegables si uno es capaz de integrarse
entre su gente. También tiene defectos, unos más reales y otros que navegan en
lo tópico, como la falta de ambición y el conformismo, una vez puestas en duda
la pereza, el hablar mal y el folklore estereotipado. Me paro a pensar qué
tengo de suerte al vivir en esta tierra. Después de haber vivido y viajado por
numerosos lugares considero que la luz, la claridad que acompaña al día y el
azul que rodea la mayor parte de las horas me parecen las mejores razones para
quedarse por estos lares, poder caminar por ellos y disfrutar su variedad con
la mirada. Otra poderosa razón se asienta en que se hace mucha vida común, si
se opta por ella, ya que suele haber un lugar para los de fuera, como señalaba
Gerald Brenan: “En Andalucía, el forastero es siempre bienvenido”. Digamos que
así se aprecia por la mayor parte de los andaluces y de ahí algo reseñable también
como es su sentido de la solidaridad.
Pienso también qué pudiera cambiar y me
viene a la mente la falta de ambición,
el conformismo que se ha generalizado en exceso. No sé si es un signo extendido
del tiempo que vivimos. No quiere decir que no sea tierra laboriosa, de lo
contrario las industrias y construcciones de zonas a las que contribuyó la mano
de obra andaluza como la del País Vasco y Cataluña o en otro países como
Francia, Suiza o Alemania no hubieran servido para que permanecieran allí
trabajando años y años, vidas enteras, motivado entre otras razones por otra pequeña
parte de andaluces, que retratara con maestría la escritura de Antonio Machado:
“Por los cortijos dorados,/ donde el Guadalquivir se extiende,/ caballeros
engalanados,/ su indolencia defienden”. Otro elemento que ahora me chirría en
la vida andaluza se debe a la hipérbole en al que ha convertido la tradición y
el folklore, más allá del tópico mencionado resulta ahora empalagoso el exceso
y retorcimiento que se realiza públicamente en torno a imágenes procesionadas,
romerías, carnavales y fiestas populares, convertidas en continuado bucle
jaranero con sus rituales repetidos de forma mimética de cabo a rabo con una
barrachapa como símbolo identitario y un argot grupal. Para alguien que asiste
con escepticismo a su desarrollo parece la máxima explosión de un rococó
infinito.
Pese a todo no vivimos mal. La vida
trascurre y no debemos olvidar de donde venimos si echamos la vista atrás y
recordamos la pobreza extendida, la falta de oportunidades, la reclusión de las
mujeres a un ámbito doméstico y dependiente, los privilegios de los más
afortunados y sus desprecios a la mayoría, la dureza y trabajo de sol a sol en
campos y fábricas. Lo peor de Andalucía es que alguien añore eso y convenza a los descendientes de quienes lo sufrieron para que vuelva.
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