Ay, Lisístrata
Manuel Molina
Veinticinco siglos después, ni el
propio Aristófanes podría imaginar que sus obras seguirían teniendo relevancia
ya no solo en los teatros, sino en los medios de comunicación de todo un país.
Y eso que su humor, el de las comedias que pergeñó, el de las criaturas
mortales, se consideraba más bien conservador, frente a la novedad que suponía
el planteamiento de Sócrates. Ahora bien nos dejó un legado riquísimo para
hacernos una idea de las discusiones ideológicas atenienses de ese periodo y de
la vida cotidiana. Guardo dos gratos recuerdos de mi relación con el
comediógrafo ateniense. Por un lado, la experiencia de disfrutar en el festival
Epidaurus, en el mítico Herodes Atticus bajo la Acrópolis, de un estreno
precisamente de “Las nubes”, donde atiza
tanto a Sócrates como Eurípides de lo lindo. Y por otro lado, cada vez
que he podido como profesor he integrado el teatro en mi programación; fruto de
ello fue un montaje de “Lisístrata”, que el público asistente disfrutó las dos
ocasiones en que se representó. A nadie ofendió, ni hasta mí llegó la más mínima queja por el
lenguaje en teoría obsceno empleado siguiendo el texto original.
Nos ha tocado vivir tiempos
revueltos, una involución que cada día da un pasito hacia atrás de manera casi
imperceptible, pero continuada. Fruto de ello y como botón de muestra podemos
presentar la cantidad cada día más frecuente de censuras artísticas, que
alcanzan el objetivo o no, pero que
suponen un cercenamiento de la libertad de expresión y de creación, desconocido
hace veinte o treinta años. El último ejemplo lo hemos vivido en Linares, durante
la celebración de unos actos con motivo del Día de la Mujer y en los que una
concejal asombrada por el vocabulario empleado por las actrices que representaban
una vez más un fragmento de “Lisístrata”, hizo que se interrumpiese por el
expreso deseo de la munícipe, al erigirse en juez de la moral y considerando que la obra no era apropiada
para el público asistente. Desconozco la labor de esta concejal en su
área, puede que incluso esté bien valorada
y sea eficaz, aunque lo que he llegado a conocer de ella y su conocimiento
cultural por los medios de comunicación no tiene buena pinta. ¿Qué autoridad
creemos tener para detener un espectáculo ya seamos concejales, alcaldes o
senadores?, ¿qué se puede considerar adecuado o coherente para el público?
Durante años dirigí un festival de
teatro en el que se ofrecían innovadoras y experimentales obras, en algunos
casos con palabras malsonantes, desnudos, relaciones sexuales atrevidas, o
críticas explícitas al poder establecido y a la jerarquía eclesial. Entre las abonadas todos los años se
encontraba un grupo de mujeres mayores, muy conservadoras, con las que siempre me encantaba intercambiar
opiniones después de los espectáculos. En algunos casos no estaban de acuerdo
con lo mostrado, pero siempre fueron enormemente respetuosas. No ahorraban en
crítica, tenían sus argumentos, pero entendían que el teatro era eso, teatro.
Los demonios de cada uno eran otra cosa.
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