domingo, 24 de septiembre de 2023

"TIRAR LENGUAS A LA CABEZA" (Ideal 24-9-23)

Tirar lenguas a la cabeza Manuel Molina Me he ganado la vida con la filología, con el amor a las palabras, y por ello me siento afortunado. Mi lengua materna ha sido el castellano, ese fue el azar, con la variedad más evolucionada del antiguo latín, el andaluz; tan diverso y rico que no cabe en una norma única. Por desgracia, un marchamo secular lo ha acompañado durante siglos pensando que era la variedad correspondiente a los más de desfavorecidos, a las clases más bajas. Tan perdurable falacia, presente y continua, identifica una persona con tal variedad en cualquier medio audiovisual porque desempeña un papel de chacha, trápala o desheredado. Tanto fue así, que la primera vez que escuché una variante parecida a la mía, años ochenta, no fue andaluza quien hablaba, sino una mujer canaria, presentadora del Telediario de Televisión Española, Cristina García Ramos, que seseaba sin complejo para mayor asombro. Pero después toda la retahíla de presentadores con origen andaluz continuó ocultando -acomplejados y exigidos- su variedad para utilizar una norma alejada. Tan solo después de cambiar en muchos canales se encuentra uno a Roberto Leal en Pasapalabra, hablando como le es natural, en andaluz, y explicando mil veces por qué habla de tal modo. A querer las palabras me acompañaron dos lenguas de las que proviene mi variedad, el latín y el griego, que siempre contenían la coletilla “lenguas muertas”, pero que siguen vigentes en el mayor porcentaje de los vocablos que utilizamos a diario. De ahí pasé a la lengua más ajena, el inglés, convertido en el moderno esperanto que no pudo ser. Siguieron dos años costosos de aprendizaje del árabe, que no he reforzado (cómo disfrutaba su grafía) para después llegar al portugués, con el cual tuve la oportunidad varios años de estudiarlo y disfrutarlo en la universidad. Curiosamente cuando viajo a este país vecino e intento comunicarme en su preciosa lengua, casi siempre los autóctonos llevan la conversación al castellano, que manejan con una soltura que me parece injusta por nuestra parte ya que al contrario no se da esa circunstancia. Y tocó trabajar en Cataluña, donde vive la mitad de mi familia, y me preocupé por aprender su lengua y mal que bien logré defenderme. Lo hice porque me parecía lo justo cuando vivía en un territorio que tenía otra lengua y así de manera lingüística me enriquecía. Hace unos días presentamos una antología poética de escritores del Magreb, a cargo de José Sarria, que utilizan el castellano como lengua de escritura. Diez autores, entre ellos varias mujeres, de distintas edades, que con naturalidad han elegido entre el francés, el árabe o el castellano, esta última, pese a residir en Marruecos, Argelia o Túnez. Me entusiasma la idea de que se pueda elegir libremente cómo expresarte, en esos países donde se entremezclan sin problema decenas de lenguas. Y aquí, sin embargo lanzándonos nuestras lenguas a la cabeza, los unos y los otros, cuando lo más fácil es comunicarnos con naturalidad. Algo hemos hecho muy mal.

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