lunes, 27 de octubre de 2025

"EL ODIO DIARIO" (Ideal 26-10-25)

 

El odio diario

Manuel Molina

 

           Ya en la Atenas clásica, el odio entre facciones era visto como el veneno de la polis, el mîsos politikón, el odio político. Tucídides describe en la Guerra del Peloponeso cómo ese tipo de odio provocó atrocidades entre ciudadanos de Corcira. “El odio fue más fuerte que la piedad; los lazos de sangre fueron menos poderosos que las facciones.” Los dioses también odiaban: el phthonos theôn (la envidia o rencor divino) castigaba a los humanos. Por ejemplo, en Prometeo encadenado de Esquilo, Zeus castiga a Prometeo por amar a los hombres y robar el fuego divino. Sin embargo y pese a actitudes como la Séneca en contra del odio, en  Roma existía una particularidad, el odium hostium, que incluso era considerado legítimo, aquello de que al enemigo, ni agua. Virgilio en la Eneida lo retrata entre troyanos y cartagineses, originado por la furia de Juno: “Guarda este odio, oh diosa, y entre tus descendientes y los míos no haya paz ni tratados.”

           Un joven pseudopolítico se ha dedicado esta semana a recorrer los campus universitarios andaluces, cobijado por guardaespaldas y con una “performance” que incluía subirse a los hombros de uno de sus fornidos protectores y envolverse en una bandera nacional para gritar consignas de odio. Le ha salido rana por dos motivos, el sentido común de los rectorados impidiendo dar espacio público a tan deleznable y abyecto personaje y la respuesta de una gran mayoría de estudiantes, que en su aparente letargo tal vez hayan vislumbrado que ese tipo no merece estar ahí tan solo para odiar. El ridículo y un poco preocupante personaje intenta tan solo lo que los griegos llamaban hybris, es decir, alterar el orden de la res publica. En todo tiempo y momento ha habido personajes así, por miles. Han sido muy contados, por desgracia, los que han llegado a tocar verdadero poder con esa simpleza y eso que hoy día con redes sociales todo se multiplica.

           Cuando alguien  hace aparente fortuna en alguna forma de mal siempre surgen imitadores, peores casi siempre, con una especie de altanería que se erige incluso sobre lo moral, una elevación desde la que no existe compostura, ni respeto. La universidad, como templo del saber, debe ser un refugio inviolable para la libertad de pensamiento y la diversidad de ideas. Su misión no es imponer verdades, sino enseñar a buscarlas con rigor y apertura, con cientifismo. La intolerancia, en cualquiera de sus formas, atenta contra ese propósito y convierte el conocimiento en simple dogma y en ella no cabe el fanatismo, que no es lo mismo que censura. En ella debe prevalecer la salud moral de la sociedad. Decía Aristóteles que “El odio no admite término medio, pues su objeto es el mal absoluto.” El bullir de odio que ciega el  personaje de la “performance” no tiene cabida en la universidad; bastante que lo tiene en nuestra democracia que permite monstruos como ese, empeñado en lo que advertía también Aristóteles: “El odio no busca corrección, sino destrucción”.

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