Segundo carnaval
Manuel Molina
Paseo por mitad de un carnaval
temático entre esqueletos, zombis y vampiros salidos de los bazares chinos,
tiernos infantes y chavalillas acompañadas de sus madres, que muestran largos
colmillos, falsas cicatrices, caras blancas y demudadas con ceras, portando calabazas de plástico llenas de caramelos, y
entre risas repiten un mantra cacofónico, “truco o trato”. La invasión comenzó
poco a poco, sin que se llegara a calibrar el nivel alcanzado ahora. Los días
de santos y difuntos eran muy tristes, como las tardes con cambio de
hora y honrar a quienes se fueron tampoco es que sea la alegría de la
huerta. Qué mejor alternativa que un infantilismo desbordante a la vez que
un consumismo impetuoso. Comenzó en los colegios a la vez que en los
grandes almacenes, para contagiar de simpleza una celebración en la que
han caído como promotores maestros y maestras, que acuden estos días a
sus aulas disfrazados, potenciado con
las familias encantadas de echar un rato en familia jugando a los
terrores, también disfrazados, entre escaparates con falsas telas de
araña.
Escucho estos días
las palabras terrorífico, sobrecogedor o aterrador, vaciadas de su sentido y
domesticado su significado, banalizado y llevado incluso al otro extremo, a la
mansedumbre de lo inocente. Quién lo diría. La muerte naif y el miedo suave
despojados de su principio repelente, de su incomodidad, se transmutan en una
bufonada compartida, en un disfraz tranquilizador y risueño. No es de extrañar.
Nuestra pacata sociedad alimenta lo genérico y acomodado, llevándolo a lo
ridículo aceptado, como si convertir un sanguinario personaje en la apariencia
de un monologuista de El club de la comedia fuese un ideal, o en un mal actor
del tren de la bruja. Todo es mentira y se acepta. La realidad de la muerte y
el verdadero terror son feos, ásperos, desagradables, y no interesan, se eleva
la necesidad de triturar todo como un potito para digerirlo sin ningún
problema, una causa más para engordar la blandengue sociedad que no resistiría
un nivel inicial de contacto con esos dos conceptos.
Vivimos de
espaldas a una cuestión tan ineludible como la muerte. Apuntábamos cómo se ha
desvirtuado el concepto en los centros educativos y cuando algun docente se
rebela ante la idiotez seguidista se le ponen palos en las ruedas. Conozco el
caso de quien ha pretendido llevar a su alumnado a un cementerio para que
aprendan sus pupilos sobre la cultura de la muerte, sus rituales, historia,
arquitectura, urbanismo, sociología y ha encontrado la negativa de quienes
dirigen el centro porque algunos padres y madres, no más de dos o tres, han
considerado que sus blanditos retoños podrían sufrir un impacto indeseado al
pisar suelo funerario, como si fuese algo contagioso. Eso sí, los censores han
salido disfrazados a celebrar el nuevo carnaval, el segundo del año, que seguro
tiene más de sandez que de aprendizaje y crecimiento personal. Nuestra sociedad
es emocionalmente infantil, somos reacios a la aceptación de la cruda realidad,
por eso gusta tanto este amansado carnaval.