domingo, 27 de julio de 2025

"LA IGNORANCIA ARROGANTE"

 

La ignorancia arrogante

Manuel Molina

 

           En una época donde el acceso a la información y la educación nunca ha sido más amplio, resulta llamativo y preocupante que aún existan quienes desprecian el esfuerzo del estudio sin haber transitado ellos mismos ese camino. Esta actitud no es nueva; ya en el Renacimiento, Erasmo de Rotterdam y el anónimo autor del Lazarillo de Tormes denunciaban con agudeza los males de la ignorancia revestida de soberbia. Hoy, esta figura persiste: la del que se mofa del saber sin haber asomado siquiera al umbral de una biblioteca. Incluso se intenta hacer pasar por saber adquirido, como hemos visto esta semana, aunque viene de lejos, lo que ni siquiera se conoció, bachilleres sin bachiller, licenciados sin licenciatura o graduados sin grado. Erasmo, en su obra Elogio de la locura, pone en boca de una diosa insensata la crítica mordaz a los necios engreídos: "Nada hay más estúpido que aquel que presume de sabio sin serlo, y lo que es peor, desprecia al que realmente lo es." Casi cinco siglos tienen esas palabras. Nihil novum sub sole. Esta observación sigue vigente.

           Muchas personas que jamás han leído un libro completo se permiten juzgar, con desparpajo, a quien ha dedicado duros años a la lectura, al esfuerzo de la investigación o de la superación de pruebas. Confunden la anécdota con el argumento y la ocurrencia con la opinión formada, terraplanistas, curanderos aficionados y politólogos de Tik Tok sirven de ejemplo.  En el Lazarillo, encontramos un retrato vívido de la hipocresía y ceguera moral. El escudero —arquetipo del orgullo vacío— finge hidalguía mientras muere de hambre, y al mismo tiempo desprecia, como si su linaje le garantizara superioridad. En uno de los pasajes más significativos, Lázaro narra los siguiente: "Y así, como no le hallaba pan en la maleta ni otra cosa, preguntábale: —Señor, ¿no comemos hoy? Y él, con gran gravedad, respondía: —Ya comeremos mañana." Ay, cuántos fijosdalgos justificando la mentira y el hurto, si no dices nada de que me como dos uvas es porque tu comes tres, declaraba el ciego después de pactar con el núbil Lázaro que comería solo una. El desprecio por el saber ajeno es, en realidad, una defensa inconsciente ante la propia carencia.

          La mentalidad que desdeña el estudio daña no solo a quienes la adoptan, sino a la sociedad entera. Genera un clima de desconfianza hacia la educación y la especialización, erosionando el respeto por las disciplinas que sostienen nuestra vida colectiva: la ciencia, la docencia o las humanidades. Cuando se banaliza el saber, se abre la puerta al dogma, al fanatismo, paseemos por las redes sociales para reconocerlo. Erasmo advertía: "Donde la ignorancia es madre de la devoción, no hay razón que valga." Cambie "devoción" por ideología y la frase cobra una actualidad alarmante. Desvalorizar el estudio no es un acto de rebeldía contra una élite intelectual, representa un gesto de autoderrota, porque sin estudio y sin esfuerzo, no se alcanza pensamiento crítico. No hablamos de privilegio, sino de responsabilidad.

 


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