La ignorancia
arrogante
Manuel Molina
En una época donde el acceso a la
información y la educación nunca ha sido más amplio, resulta llamativo y
preocupante que aún existan quienes desprecian el esfuerzo del estudio sin haber
transitado ellos mismos ese camino. Esta actitud no es nueva; ya en el
Renacimiento, Erasmo de Rotterdam y el anónimo autor del Lazarillo de
Tormes denunciaban con agudeza los males de la ignorancia revestida de
soberbia. Hoy, esta figura persiste: la del que se mofa del saber sin haber
asomado siquiera al umbral de una biblioteca. Incluso se intenta hacer pasar
por saber adquirido, como hemos visto esta semana, aunque viene de lejos, lo
que ni siquiera se conoció, bachilleres sin bachiller, licenciados sin
licenciatura o graduados sin grado. Erasmo, en su obra Elogio de la locura,
pone en boca de una diosa insensata la crítica mordaz a los necios engreídos: "Nada
hay más estúpido que aquel que presume de sabio sin serlo, y lo que es peor,
desprecia al que realmente lo es." Casi cinco siglos tienen esas
palabras. Nihil novum sub sole. Esta observación sigue vigente.
Muchas personas que jamás han leído
un libro completo se permiten juzgar, con desparpajo, a quien ha dedicado duros
años a la lectura, al esfuerzo de la investigación o de la superación de
pruebas. Confunden la anécdota con el argumento y la ocurrencia con la opinión
formada, terraplanistas, curanderos aficionados y politólogos de Tik Tok sirven
de ejemplo. En el Lazarillo,
encontramos un retrato vívido de la hipocresía y ceguera moral. El escudero
—arquetipo del orgullo vacío— finge hidalguía mientras muere de hambre, y al
mismo tiempo desprecia, como si su linaje le garantizara superioridad. En uno
de los pasajes más significativos, Lázaro narra los siguiente: "Y así,
como no le hallaba pan en la maleta ni otra cosa, preguntábale: —Señor,
¿no comemos hoy? Y él, con gran gravedad, respondía: —Ya
comeremos mañana." Ay, cuántos fijosdalgos justificando la
mentira y el hurto, si no dices nada de que me como dos uvas es porque tu comes
tres, declaraba el ciego después de pactar con el núbil Lázaro que comería solo
una. El desprecio por el saber ajeno es, en realidad, una defensa inconsciente
ante la propia carencia.
La mentalidad que desdeña el estudio daña
no solo a quienes la adoptan, sino a la sociedad entera. Genera un clima de
desconfianza hacia la educación y la especialización, erosionando el respeto
por las disciplinas que sostienen nuestra vida colectiva: la ciencia, la
docencia o las humanidades. Cuando se banaliza el saber, se abre la puerta al
dogma, al fanatismo, paseemos por las redes sociales para reconocerlo. Erasmo
advertía: "Donde la ignorancia es madre de la devoción, no hay razón
que valga." Cambie "devoción" por ideología y la frase
cobra una actualidad alarmante. Desvalorizar el estudio no es un acto de rebeldía
contra una élite intelectual, representa un gesto de autoderrota, porque sin
estudio y sin esfuerzo, no se alcanza pensamiento crítico. No hablamos de
privilegio, sino de responsabilidad.
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