
Sembrando odio
Manuel Molina
Layla Dris Hach-Mohamed es una de
las cuatro mujeres que en la actualidad ocupan una destacada posición como jefa
provincial de la Policía Nacional, en este caso en la provincia de Jaén. Recién
nombrada hace unos días. Cuenta esta profesional de la seguridad estatal con 30 años de trayectoria en el Cuerpo
Nacional de Policía; quienes intentan acceder o ya lo han logrado saben lo que
cuesta llegar. Dris Hach-Mohamed es originaria de Melilla y se incorporó a la
Policía en 1995 ocupando cargos como jefa de la Unidad de Coordinación de
Operaciones (UCOP) y antes dirigió la comisaría local de Andújar. Previamente,
ocupó la dirección de la comisaría del Zaidín en Granada, mientras que en
Canarias, integró la Unidad de Drogas y Crimen Organizado. Cuenta además con
experiencia en operaciones internacionales. Nada tiene de extraño que haya sido
nombrada por su curriculum y validez para el cargo. Como diría el cómico José
Mota, no es lo que lo superes, iguálamelo. Sin embargo, un grupo de odiadores
anónimos la recibe en redes sociales acusándola de “infiltrad” o “mora invasora”. Ya ven el vecindario que
tenemos.
El presidente valenciano, Carlos
Mazón, “El desaparecido”, todavía no ha explicado a la ciudadanía qué hizo las
horas en que se le necesitaba al frente de su gobierno cuando llegaba la peor
catástrofe sufrida por sus gobernados, costando vidas y provocando una tragedia
que tardará mucho tiempo en restituir la normalidad. Cuando se le solicita en
sede política saber qué hizo en esas horas cruciales suele reírse y callar,
pero se vuelve locuaz cuando se engola con una bajeza descomunal para decir que
“Le doy la enhorabuena al pueblo
de Gaza que ayer nos enteramos que van a recibir más de 24 millones de euros en
ayudas directas. Me alegro mucho por el pueblo de Gaza, de verdad que me alegro
mucho. La Generalitat Valenciana va a recibir cero ayudas directas del Gobierno
de Sánchez”. Tira la piedra para intentar prender un agravio comparativo y los cachorros del PP,
Nuevas Generaciones, lo secundan en un tuit totalmente desprendido de alma
arrojando más gasolina: "Gaza, municipio de la provincia de
Valencia". Es lo que hay y lo que viene. El jefe Feijoó, en su
irrelevancia, asiente.
En ambos casos supura el odio
innecesario, la inquina que pone en una diana al otro por ser diferente, aunque
sea de aquí o haya sufrido una calamidad en forma de limpieza étnica. El
pensador Carlos Javier González advierte sobre la "dictadura de las
emociones" en la sociedad de consumo, donde las personas "parecemos
enemigos los unos de los otros", enfatizando la creciente polarización y
confrontación en las interacciones sociales. Odia, que algo queda. La
actualidad se pretende llevar por grupúsculos hasta la animadversión hacia el otro
y que proporcione rédito político. Recordamos qué bien utilizó esto Goebbels
para encumbrar a un partido que quitó del medio a millones de personas. Me
cuesta entender que el rencor y la ojeriza sean la base para llegar al poder.
Porca miseria.
¿Cómo enseñar la
Guerra Civil?
Manuel Molina
Al hilo de la celebración de los
cincuenta años de la muerte del dictador Francisco Franco se plantea la
posibilidad de revisar uno de los hechos clave en la enseñanza de nuestro país
como fue la Guerra Civil (1936-1939), que permitió la consecuencia de que ese
hecho se llevara a cabo. La efeméride viene polarizada, una vez más, por
antagonistas que ven bien la celebración, como defiende la catedrática de la
UAB Carme Molinero: "los regímenes democráticos tienen la obligación de
que se hagan políticas públicas de memoria a la luz de los valores
democráticos"; o por el contrario el catedrático de la CEU San Pablo,
Álvaro de Diego: "elegir desde la clase política la muerte de Franco con
un interés que es actualizarlo políticamente, yo creo que no puede llevar a
nada bueno […] "habría que centrar los actos en "el éxito
colectivo" que fue la Constitución de 1978”. Como ven no encontraríamos
consenso sobre el pasado reciente.
Pero enfoquemos la realidad de cómo
se está enseñando la Guerra Civil española en la enseñanza secundaria.
Avanzamos algo, mal. Corresponde a las materias de historia de 4º de ESO y 2º
de Bachillerato. En el primer caso ocurre que se encuentra de manera lineal al
final en el bloque de contenidos y no se suele llegar. Antes era así, pero
ahora, con la flexibilización de estos se puede integrar como decida el docente
y proponerlo en primer lugar si lo tuviera a bien. No obstante, resulta más
cómodo no llegar. En el caso de Bachillerato sí existe una obligación de
tratarlo porque se convierte en contenido de la pruebas de acceso a la
universidad, pero como se orienta la prueba suele radicar su aprendizaje en lo memorístico
para reproducir más que entender. No obviamos que algunos docentes no se entregan
a estos dos argumentarios e intentan ofrecer una visión comprensiva de lo
acaecido. La clave reside en la necesidad de abordarlo de manera rigurosa y
equilibrada, alejándose de cualquier forma de apasionamiento o parcialidad y
para ello existen muchísimas herramientas didácticas.
Para tratar el tema con rigor
histórico y didáctico la primera clave para enseñar la Guerra Civil española de
manera objetiva radica en situarla en su contexto histórico. Como indica el
historiador Julián Casanova, “ningún conflicto surge de la nada; siempre está
precedido por una acumulación de tensiones políticas, sociales y económicas”.
Entender el antes. Para el durante disponemos de enormes herramientas, analizar
no solo las posiciones de los dos bandos principales –el republicano y el
franquista–, sino también las experiencias de los distintos grupos sociales
afectados: campesinos, obreros, mujeres y minorías. El uso de fuentes
primarias, como cartas, diarios o noticias de la época, puede ayudar a
humanizar el conflicto y mostrar la diversidad de vivencias. Algo hay siempre
cerca, visitémoslo. Y el después, intentando mostrar que la historia no es solo
un conjunto de hechos objetivos, sino también una interpretación del pasado que
evoluciona con el tiempo. No es fácil.
Navidades
posmodernas
Manuel
Molina
Supongo que será consecuencia de la
edad el escepticismo, como medida ante la melancolía que puede producir una
comparación de lo vivido y de equilibrio ante lo novedoso. Seguramente ni lo
pasado fue tan peor, ni lo actual tan mejor.
De todas las Navidades pasadas quizás el mejor recuerdo que atesoro sea el de una familia con muchos
componentes alrededor de una mesa para disfrutar sobre todo el encuentro, y
puede que mejor aún fuese el día anterior o ese mismo con todo el trajín de los
preparativos. Aunque si he de ser honesto, mi recuerdo más grato de las fiestas
navideñas aparece unido a la noche de
Reyes Magos en que se recibían uno o dos
regalos y algunas chucherías. Resulta curiosa esa sencillez proveniente de lo
extraordinario. Mi memoria se aferra a un camión de plástico muy duro, amarillo
y pequeño, que cargaba y descargaba. Le até una cuerda al guardabarros
delantero y se convirtió durante meses en un compañero inseparable de juegos.
Me sigue llamando la atención que algo tan primigenio produjese tanta felicidad.
Sí me mantiene perplejo el dispendio
hiperbólico y consumista que arrastra la celebración de las fiestas de final y
principio de año. Las infatigables comidas de familia, empresa, conocidos y
casi desconocidos. Un pantagruélico y continuado encuentro al que si renuncias
te cae el marchamo de rarito o malafollá. Resulta muy curioso que el alumbrado
y temática propia de estas celebraciones se haya adelantado a final de octubre,
casi. Una Navidad de dos meses y pico, con un desfile de Semana Santa incluido
en Sevilla, tan contradictorio que resulta difícil en una catequesis explicar
que el mismo Jesucristo que sale por las calles en tronos con apariencia de
lacerado y sangrante, está a punto de nacer. Y qué decir de la modernidad que
supone seguir una importación más de cultura sajona, filtrada por los USA, como
son los elfos, hijos directos de Jalogüín y nietos de Papa Noel. Allá cada uno
con su manera de entender la felicidad. Simplemente me admiro de cómo funcionan
estas cosas y lo bien que se programan para que sean aceptadas, bazares de
chinos incluidos.
Y las campanadas, fiel reflejo de
nuestra España polarizada entre “los hunos y los hotros”. Mi opinión personal
sobre una de las dos opciones que nos ofrecen para polarizarnos se acerca más a
Broncano, por paisano; y a Lalachus, porque me parece más real que los
semivestidos manidos de la Pedroche. Lo que sí me llama, de nuevo, la atención
es el acecho de la caverna ultra para escanear atentamente todo aquello que les
huela a progre o “comunismo”, como que una persona normal, fuera del canon
estético impuesto aparezca como protagonista en una celebración. Ponen en
marcha toda la maquinaria social para enmierdar todo lo que puedan, en el
intento de desprestigio que supone insultar a una joven llamándola gorda y puede que tengan razón en
algún término, pero al revés. Cargaría mi camión amarillo de Reyes Magos con
ellos y los llevaría al estercolero, a los enfangadores, allí quedarían en su propia
gloria.
Infancias embridadas Manuel Molina La infancia se convertía en verano en una casa semioscura de sol a sol, como escribe A...