domingo, 15 de diciembre de 2024

"QUEMAR ARTE" (Ideal, 15-12-24)

 Hay gente que de manera reprimida lleva dentro el gusto por quemar arte o personas. La historia lo recuerda. La columna de Ideal.

Quemar arte

Manuel Molina

 

Los nazis fueron muy aficionados a quemar obras artísticas que no le convencían y así incluso realizaron exposiciones mostrando lo que era “nocivo”, como por ejemplo lo que oliese a vanguardias, para ensalzar lo “bueno” que era lo suyo. Se dio la paradoja de que Goebbels organizó una muestra en un importante edificio de Berlín para que la gente acudiera a observar el mal arte y poder escupirle o romperlo y unos cientos de metros al lado, otra para que se apreciara el verdadero arte de la causa. La sala herética se llenaba mientras la oficial tan solo acogía a quienes estaban obligados a visitarla por aquello del qué dirán. Muchos acudían a la primera a sabiendas de que era la última oportunidad de apreciar aquellos cuadros aún sin arder. El propio Hitler se implicó en el proyecto y diseñó unas cartelas denigrantes para leer junto a los cuadros “degenerados”. Le tomaron gustillo al asunto y realizaron la misma actividad con la música. Se interpretaba un concierto de autores degenerados para valorar lo contrario u ofrecer después autores afines a la causa aria. Tontos no eran y descubrieron que mejor quitar o robar obras y venderlas que meterles fuego.

En España tuvimos el caso del bibliocausto que se produjo a lo largo de la guerra civil y posteriores años con piras de libros ardiendo sacadas de bibliotecas públicas y particulares para que el fuego purificador hiciera olvidar aquellas obras que habían envenenado a parte de la sociedad española y no supusieran más peligro. En pueblos y ciudades se realizaron fogatas que se celebraban con fasto y brazo en alto. Una de las más llamativas (vaya palabra) fue la de Barcelona, donde se llegaron a quemar 70 toneladas de libros, es decir, de saber. Lo cuenta precisamente en un libro la historiadora de la complutense Ana Martínez Rus, autora de La persecución del interesante libro Hogueras, infiernos y buenas lecturas (1936-1951). Para valorar y no olvidar lo ocurrido pueden servirnos unos ejemplos de títulos que se prohibieron o quemaron en aquel momento, al modo del expurgo quijotesco, que por cierto se leyó antes de prender mecha en algunos lugares: El Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita, La Celestina, de Fernando de Rojas, La educación sentimental, de Flaubert, Werther, de Goethe, La rebelión de las masas, de Ortega y Gasset; juveniles como Caperucita roja, de Perrault, que se convirtió en Caperucita azul o Los tres mosqueteros. Se entiende, tal vez que Los viajes de Gulliver fueran pasto de hoguera porque eso de los liliputienses atando al gigante, podría dar ideas.

                He invitado en una representación pública a que quienes asistían quemaran los restos de la última exposición que realicé, unas piezas de madera que en su base provenían del campo, incluso de restos supervivientes de fogatas agrícolas. Me ha dado cierta esperanza que la mayoría de personas guarda en su imaginario la idea de que no debe quemarse el arte. Aunque me preocupa qué opinan quienes no asisten a estas actividades. 




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