domingo, 22 de octubre de 2023

"HUELE A PASADO" (Ideal 22-10-23)

Huele a pasado Manuel Molina Hasta hace unos años creía e incluso me entregaba a la esperanza de que en nuestro país se creciera hacia una sociedad más avanzada, más permisiva y con libertades consolidadas. Nací en el llamado “baby boom” de los sesenta, cuando la dictadura de Franco, desde dentro, se daba cuenta que era mejor cambiar algo que perecer por agotamiento y vejez. Se insufló un poco de cambio y se inventó la Transición. Años convulsos donde no se sabía exactamente hacia qué lugar giraba la nave. Supongo –perdonarán mi escepticismo histórico- que por muchas carreras, algaradas y manifestaciones al poder de facto le resbalaban y si este no hubiera querido soltar un poco de aire democrático no hubiésemos alcanzado una forma de vivir bajo una constitución. El jefe del estado sigue siendo hereditario, la banca y órganos judiciales siguen teniendo muchos apellidos compuestos, aunque la mayoría de la población, eso sí, es más feliz pese a que un cuarenta por ciento declare vivir empastillado. Viví unos cambios optimistas en mi adolescencia y aquella gente que vagabundeaba por la vida con ropas gastadas, hambre en las arrugas y mocos colgando mejoró y alcanzó en parte un peldaño de progreso y dignidad con ayudas y sobre todo oportunidades. Algunos dejaron de irse a las fábricas suizas, francesas o alemanas y se compraron hasta un televisor a plazos. La mano de obra casi regalada se fue mejorando y poco a poco sus cubiles se volvieron habitables, se comía con más variedad y la chiquillería estudiaba incluso para alcanzar mejoría social una generación después, fruto del esfuerzo becado que permitía acceso a la universidad. No todo fue un jardín de rosas porque a la vez que se disfrutaba en los ochenta de una libertad inusitada y casi sin límites se vio contrarrestada con la expansión de la droga que arrasaba con las figuras envenenadas y consumidas vestidas con un chándal varias tallas más grandes para el escaso cuerpo que sostenía. Las mejoras sociales y logros en libertades vinieron acompañados de un despegue de la tradición, que durante tantos años oprimía a su gusto y mandaba el rebaño. No creo que deba a estas alturas señalar quiénes ejercían ese poder individual, familiar y grupal, que se vieron sorprendidos por el hecho de que la gente, sobre todo los jóvenes, vivían más entusiasmados con la novedad y las ansias de vivir que en reproducir el mundo rancio que había dominado a sus mayores. Fue un espejismo, un tránsito fugaz, si comparamos aquello con lo coetáneo. Los hijos de quienes crecieron con aires de libertad y de cambio han sufrido un retorno nietzscheano, ahora se han clonado en la parsimonia y desidia, en lo repetitivo y vacuo, adorando por las calles al becerro de oro que resurge atractivo porque se ha vestido de fiesta y falsa sensación de que las cosas son así, porque siempre han sido así y deben seguir así. Y han encontrado en su tradicional carrera hacia atrás el consuelo presente.

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