domingo, 20 de noviembre de 2022

DOBLE CARA DEL FÚTBOL (IDEAL 20-11-22)

Manuel Molina Decía el filósofo francés Albert Camus, portero en su juventud y con el indisoluble carácter que imprime esa posición de ser distinto – uno solo bajo palos – que casi todo lo importante de la vida, lo aprendió jugando al fútbol. Podría parecer una frivolidad, pero no lo es, como Lope, quien lo probó y estuvo atento, lo sabe. El éxito de tal deporte estriba en su sencillez para iniciarlo, con cuatro piedras o cuatro montones de ropa a ambos lados de un rectángulo imaginario y a correr detrás de algo esférico. Veintidós personalidades (o las que quepan) si no es reglamentario, solo callejero. El egoísmo de los hábiles (chupones), la humillación de los menos dados al pateo (acababan de porteros), la alegría de la victoria, la decepción de la derrota, el poder del dueño de la pelota, los amigos y los enemigos transitorios, las precoces feministas que no distinguían género al dar una patada o chutar entre maromos, la presencia policial que acababa con la ocupación de un parque, o el disimulo de unas rodillas echadas a bajo al llegar a casa. Cómo se disfrutaba en tanta explosión de vida. Luego, sin saber la razón exacta, uno se hacía de un equipo, curiosamente, para toda la vida. No tenemos mucha literatura sobre el fútbol, parece pesar el sambenito a quien lo intenta de que es asunto menor. Por cuestiones de espacio tan solo recordaré unos versos de Rafael Alberti sobre el portero del Barcelona, el húngaro Platko: «La vuelta al corazón de la esperanza./Fue tu vuelta./Azul heroico y grana,/mando el aire en las venas./Alas, alas celestes y blancas,/rotas alas, combatidas, sin plumas,/ escalaron la yerba», que hacían mención a una victoria ante la Real Sociedad, a los que respondió con posterioridad otro poeta, Gabriel Celaya: «Mi querido Alberti, lo recuerdo yo,/porque estaba allí, porque vi lo que vi,/lo que tú has olvidado, pero nosotros siempre/recordamos: ganamos. En buena ley, ganamos/y hay algo que no cambian los falsos resultados». Qué tiempos aquellos en que las ligas las ganaban la Real, el Bilbao o incluso el Betis. Pero de un tiempo a esta parte tan solo el dinero de los magnates financieros decide entre muy pocos quien puede hacerlo. En nuestro país bipolar han quedado dos opciones (y media) y en Europa media docena. Aburre soberanamente ver un partido de fútbol. Y nos llega este mundial escaparatista, sin tapujos, a cara descubierta del poder del dinero. Ya no ha hecho falta ni fingir para que un pequeño país dueño de una fortuna mundial imponga su involución para echar la meadilla perruna en la esquina y marcar territorio. La falta de libertades que tanto nos costaron se las pasan por el arco del triunfo mediático. Nos quejamos, pero muy tarde, ya no sirve, creo. Cuando se decidió tal vez fuese el momento exacto de decir que no, pero ya; demasiado tarde. El espectáculo que estos días se podrá presenciar será solo eso; el fútbol me parece que era otro asunto.

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