Lo he ido preparando todo con minuciosa dedicación. Los útiles se apilan en una gran caja al lado de los libros teóricos que van desde el rudimento medieval tipo Guntenberg hasta las sofisticadas formas japonesas de plegado sin costuras. Quiero dedicarme a encuadernar libros, recluido en un habitáculo que dominen el silencio y la luz, donde pueda escuchar el corte de cuchillas y guillotinas sobre el papel, donde no me importune el ruido más allá de la punzada sobre el lomo de las cuartillas. Aunque esta nueva tentativa también se desmorona, y otra vez tengo que acudir a la simpleza del trabajo diario, es decir, ruido y mala educación, a desfacer el entuerto de gobernantes incompetentes. Situación paralela a la entrega continua de conseguir que alguien de una vez sosiegue su afán tecnológico y reciba este testigo, al menos para crear la ilusión de que un posible discípulo pueda un día encuadernar un libro como yo lo deseé.Se complica la ilusión porque una niñata me ha llamado abuelo.
viernes, 4 de abril de 2014
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