miércoles, 4 de agosto de 2021

La imperfección (Ideal 1-8-2021)

La imperfección Manuel Molina Simon Biles rompe un silencio en las Olimpiadas sobre un problema mental que le genera una ansiedad incontrolable. No es la única que ha sufrido esa terrible situación, pero sí que lo ha hecho público con notoriedad. Siento una enorme pena por la atleta, no compasiva sino empática. Quien se ha despertado o acostado junto al dinosaurio, como escribía Augusto Monterroso, y este todavía seguía allí, sabe de lo que hablo. Cuando la angustia te domina el mundo se viene abajo, como un castillo de naipes, te sobrepasa un miedo desconocido, una especie de vórtice, irremisible, que te atrapa y descontrola hasta la parálisis; quieres gritar, salir huyendo, pero eres incapaz. La tierra parece moverse y brota una espiral de vértigo, de sudor frío, que con el tiempo sabes que es anuncio de ansiedad, de un caballo interior desbocado. No hay consuelo. Quien lo probó, lo sabe. Según un informe de la ONU, un tercio de la población europea ha tenido algún tipo de trastorno mental. En nuestro país, según un informe de Sanidad del año 2017, una de cada veinte personas toma antidepresivos, más mujeres que hombres, y sin distinción de clase social, salvo en el tratamiento, ya que los más desfavorecidos tienen peor acceso a servicios especializados. El problema es muy serio, parece que nuestra sociedad conlleva ese desgaste de higiene mental cada vez más como parte inherente. También hace poco el seleccionador nacional de fútbol llamaba la atención sobre un hecho desgraciadamente muy extendido como es la falta de preparación para convivir con el fracaso, con lo no alcanzado y supuestamente programado. La frustración entre los pequeños se extiende y van creciendo con ella. El disfrute se torna angustia y se lleva en la mochila emocional mientras se crece. No entiendo tampoco cómo se alzan voces contra una atleta que muestra en público una situación que viven muchos más deportistas y luego el ejemplo que dar es romper raquetas y tirarlas a la grada. Resulta evidente que el triunfo lo acompaña también el control mental, pero no podemos desprestigiar a quien nos dice que su dinosaurio se desbocó. Tal vez deberíamos como mínimo, respetarlo. Me parece más criticable la ira de una figura del fútbol pisoteando y pateando el brazalete de capitán tras una eliminación o todo un equipo subcampeón europeo quitando su medalla del pecho nada más recibirla, al sentir como pobre su logro. Menosprecio hacia quienes alcanzaron mejor y peor puesto. Últimamente aprecio que perder se ha convertido en un problema, ha quedado lejos aquel principio de la importancia sobre poder competir. La imperfección es muy humana y nos cuesta gestionarla con acierto. Conocí un deportista de élite que llegaba a las finales con mucho esfuerzo, perdió varias seguidas; sin embargo, con ayuda psicológica doblegó su angustia y fue varias veces campeón de España. Lo más importante fue reconocer que tenía un problema, educar un dinosaurio. En las escuelas deportivas debería enseñarse cómo aprender a perder y si fuera posible, incluso a ganar.

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