Despedirse en silencio, de forma inesperada. Cerrar la mochila con el tutú, las mallas, las zapatillas y la ilusión. Los deberes son lo primero. Y así muere el cisne, callado, devorado por las tareas para adelgazar el espíritu con actividades inútiles y cargantes. Ya solo bailarás en tu mente o tal vez en las discotecas, en los karaokes. Y el paso a dos abandona con sigilo de tigre malherido la estancia incapaz de mirarse al espejo o tocar la barra. Ha ganado una vez más lo homogéneo con su tiranía de es solo un poco. Ya se divisan en el horizonte las cordilleras mudas de los Montes Urales, los análisis sintácticos, las fracciones, el fondo abisal del Pacífico, los verbos irregulares y el esqueleto de Gimnasia junto a una lámina de ceras. La elevan también como en la danza, pero no siente el aire breve de la felicidad. Ya ha llegado a la normalidad compartida, a las tardes grises. Ya es una más.
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