domingo, 24 de agosto de 2025

"ESPERANDO A LOS DEL SENTIDO COMÚN"" (Ideal 24-8-25)

 

Esperando a los del sentido común

Manuel Molina

 

           El filósofo Bertrand Russel nos legó hace años un  pensamiento sobre un concepto muy actual: “todo fanatismo es un refugio de la inseguridad”. Resulta más que evidente que pese a poder disponer de la mayor información y además con inmediatez, pese a ello, no se ha logrado generar seguridad, sino todo lo contrario. Si realizáramos una breve radiografía de nuestra sociedad más cercana, encontraríamos quienes en apariencia han logrado tener una incuestionable seguridad en unos principios a los que se ha accedido a través de ese conocimiento que provoca la era digital. Ahora bien, un porcentaje muy elevado no se asienta en el conocimiento científico, sino en el dirigismo malintencionado o yendo un poco más allá en el bulo. Una vez que alguien se asienta en una parcela ideológica se retroalimenta de lo que ella produce y todo lo ajeno o aquello que lo pone en duda se desdeña; como militancia, se ataca sin miramientos. Nunca se reflexiona sobre el origen de ese planteamiento o la posibilidad de que haya nacido del error o mala intención.  

           Una parte considerable de nuestro país vive en un estado de crispación inusitado. Si realizamos el ejercicio de analizar algunos casos descubrimos que quienes se prestan a lo combativo diario en las filas del fanatismo hace unos años eran personas que no se distinguían por su irascibilidad, ni por su militancia en el cuñadismo exacerbado, pero han llegado a esa situación y se muestran como parte de un ejército adiestrado en defensa del melifluo peso racional. Eso sí, hacen mucho ruido, en redes sociales, barras de bar y reuniones familiares o de amistades. Sin embargo, la mayoría que los soporta o rehúye rara vez intenta contradecir o aportar su opinión frente a ellos. Ese silencio en quien vive enervado se toma como una victoria y puede que en parte lleven razón. Jürgen Habermas lo estudió como acción comunicativa, cuando alguien calla por no discutir, aunque sepa que el otro está equivocado, se rompe lo que él llama la “situación ideal de habla”, ya que se elimina la disensión en el debate. El fanático no sabe esto, pero lo intuye y se refuerza. Michel Foucault analizó cómo el poder se ejerce no solo con la fuerza, sino también a través de los discursos que delimitan lo que se puede decir o callar, basta con que los demás se autocensuren.

           Observo que ante las falacias e imposiciones diseñadas desde opciones de vocación totalitaria se gana terreno aumentando la idea del silencio del otro, frente al error fanático. La mayor parte de la sociedad que atiende a razones reconoce el engaño de la inseguridad, pero no se enfrenta a él y esa es la verdadera victoria de quienes quieren imponer su ideología a través del silencio de la gran mayoría. La historia nos muestra cómo suelen acabar esas situaciones. Como Kavafis esperaba a los bárbaros, esperamos la voz de la mayoría, de los que mantienen el sentido común, de lo contrario fracasaremos como democracia.


lunes, 11 de agosto de 2025

"LAS NOCHES AL FRESCO" (Ideal 10-8-25)


Las noches al fresco

Manuel Molina

 

           Hubo un tiempo de calma que brotaba en las calurosas noches del verano. En la puerta de las casas o en las plazuelas los vecinos se juntaban al caer el sol, cada uno con su silla, en torno a un espacio sin pretensiones, dispuestos a esperar una tregua de fresco mientras se hablaba de lo divino y de lo humano. En aquel instante no lo entendía en su trascendencia, pero lo disfrutaba en una inusual libertad porque a la chiquillería se nos permitía el trasnoche que daba pie al juego por los aledaños. Y no llegué a valorar hasta mucho más tarde, pasado el tiempo, que no hacer nada acompañado era un gesto social y enriquecedor. Me vienen como recuerdo los versos de Antonio Machado: “Siento en la noche,/ llena de aromas,/ la tibia paz del estío”. Leo hace poco que los porches de las casas americanas, esos que conocemos por las películas, como la de Clint Eastwood en “Gran Torino”, donde se sentaba el personal tan solo a ver pasar la vida, están desapareciendo. Los urbanistas consideraron que no servía porque allí la gente no hacía nada, salvo pensar. Los quitaron. En nuestro caso las veladas espontáneas perecieron ante el imán novedoso y atontador de la televisión, los ventiladores y las generaciones que consideraron aquello propio de otra época.

           Existe otra imposibilidad para salir a tomar el fresco. Las calles y plazas o aceras se están transmutando cada vez más en algo entregado a lo útil, y por ello entendemos que deben dar productividad. Han proliferado las terrazas de verano y han invadido el espacio de los peatones, de la ciudadanía. La gente puede salir a tomar el fresco pero debe consumir, ya que se acota cada vez el territorio público para sentarse sin más. El tráfico de coches y endiabladas motocicletas o patinetes eléctricos, tampoco favorece estar sentado, a lo que se añade la televisión que continúa, sobre todo en los mayores, con su imantación en sala de estar con aire acondicionado o ventilador. Leía hace poco una anécdota que contó en redes mi amigo el pintor Faustino Castillo, que sale aún a tomar el fresco con un grupo de personas. Pasó por allí la actriz Silvia Alarcón, del grupo sevillano Atalaya, que actuaba en el pueblo, y se quedó fascinada de que alguien todavía estuviera practicando lo de tomar el fresco. Pidió permiso tras presentarse y se quedó charlando animadamente con el grupo hasta que tocó la hora de ir a la función, había vuelto a su infancia a una costumbre que creía extinta.

           Dan ganas de unirse cuando descubro un grupo de personas, casi siempre mayores, que salen a tomar el fresco. No son conscientes de su revolución, de que su costumbre es un gesto de resistencia ante el materialismo unificador de que todos deben repetir el modelo que propicia entontecer y consumir adecuadamente, una defensa callada y continuada ante el individualismo ramplón. No hacer nada también puede hacer pensar y eso en grupo puede ser peligroso.

 

domingo, 3 de agosto de 2025

"UNA UNIVERSIDAD QUE INCOMODA" (Ideal 3-8-25)

 

Una universidad que incomoda
Manuel Molina

           La negativa de la Junta de Andalucía a implantar el grado de Ingeniería Biomédica en la Universidad de Jaén no es solo un error, es un síntoma. Algunos la califican de “decisión política”. Si entendemos por ello la preferencia por universidades privadas desde el gobierno autonómico, entonces claro que sí, es política. Cuesta creer que esta decisión obedezca a razones técnicas, cuando la realidad muestra otra cosa: hay más voluntad que objetividad en juego. Y, una vez más, Jaén queda fuera de las prioridades. La Universidad de Jaén (UJA), pese a su juventud, ha sido un motor esencial para una ciudad históricamente olvidada. Como recordó recientemente su rector, “la UJA es el principal activo estratégico con el que cuenta Jaén para su transformación social y económica”. En un territorio con escasa inversión privada, sin tejido industrial sólido y con un desempleo juvenil alarmante, el conocimiento se convierte en el único agente de cambio real. El hecho de que en Granada haya ocurrido algo parecido ha propiciado que el propio PP granadino se haya manifestado en contra de la decisión, claro que es política.

           Por eso resulta incomprensible frenar un grado como Ingeniería Biomédica: con demanda acreditada, viabilidad económica, recursos disponibles y más de ochocientas solicitudes en su primera preinscripción. ¿No era el momento adecuado? ¿Por qué en las universidades privadas no hay obstáculos, mientras en la pública se multiplican las exigencias? Se trata de una decisión que daña la autoestima de una provincia que lleva años reclamando una apuesta seria por su universidad. El propio alcalde de Jaén, Julio Millán, lo calificó de “varapalo” y no le falta razón. Cada vez que se deniega un nuevo grado se pierden inversiones, se dispersa el talento y se erosiona la imagen de una institución que ha cumplido con creces su papel de motor provincial. Esto no es un trámite menor, sino la confianza en un modelo de universidad pública que investiga, colabora con empresas y forma a cientos de jóvenes que, de otro modo, como conoce bien esta tierra, tendrían que marcharse. Eso también es cohesión territorial y justicia social.

           La Junta aún puede rectificar. Lo mínimo sería revisar el informe técnico, explicar con claridad los criterios aplicados y asumir responsabilidades por un retraso que ha dejado a cientos de estudiantes en el limbo. Cada decisión como esta alimenta la sospecha de un trato desigual, que empieza a parecer menos una percepción y más una evidencia. Hay instituciones que incomodan, precisamente porque funcionan. La Universidad de Jaén es una de ellas. Por eso hay que defenderla. No desde el victimismo, sino con la convicción de que una universidad pública fuerte no es un privilegio, sino una necesidad. Dice Boaventura Santos, citado por Emilio Díaz Berenguer, que “O defendemos la universidad pública como lugar de producción de saberes plurales y emancipadores, o estaremos renunciando a uno de los pocos espacios donde aún es posible pensar utopías, imaginar futuros y ejercer la democracia en serio.” Y eso, sin lugar a dudas, también es política.

 

 

 



"CÓLERA, INDOLENCIA Y PROTESTA" (Ideal, 21-9-25)

  Cólera, indolencia y protesta Manuel Molina   En el último canto de la Ilíada se narra el momento en que el rey Príamo, padre de Héc...