domingo, 30 de enero de 2022

DESDE UNA VENTANA (IDEAL 30-1-22)

DESDE UNA VENTANA Manuel Molina Planteamos la existencia como una lentitud hacia delante y en el fondo nos sentimos herederos de una parte divina que contiene un recuerdo de inmortalidad, un anestésico necesario para poder sobrellevar los días en las adversidades. Cuando lo imprevisto llega cercena la cómoda rutina y nos cuesta aferrarnos a lo nuevo, lo desconocido que llega sin fecha de caducidad, con la obligación de resetear los pilares sustentantes de lo cotidiano sólido. Se descorren las cortinas de realidades que existen tras ellas y nos produce zozobra. Entre otras circunstancias por esa razón la historia es necesaria, conocerla, bien para valorar lo que se alcanza a vivir sin imprevistos, bien para estar ejercitados en que el devenir, pese a nuestros empeños por consolidarlo, es también azar. No olvido en ese sentido quienes de la noche a la mañana se vieron con una estrella pegada en el abrigo subiendo a un vagón con destino incierto o vieron abrirse la tierra o llenarse los cielos de ceniza. No olvido a mi padre arando en el campo y cómo se vio despojado de sus ropas campesinas para enfundarse, debido a una incomprensible orden, el uniforme caqui que le llevaba como a tantos jóvenes a un matadero, del que sería difícil salir ileso. Llevamos años conviviendo con un invisible bicho que cambió de la noche a la mañana nuestras vidas, nos obligó a encerrarnos mes y medio y soportarlo, porque nadie estaba preparado para ello. Nos puso un bozal de protección con el que debíamos circular, abandonamos nuestros hábitos y nuestras relaciones. No alcanzamos a imaginar que tendríamos tanta necesidad de dar un abrazo a los seres queridos. Nos inocularon tres saetazos a modo de vacuna y aquí estamos miles y miles de personas encerrados en un cuarto durante al menos siete días, porque el temible bicho ya está dentro de nuestro cuerpo. Nos sentimos como James Stewart mirando a través de una ventana, que es el único contacto con el mundo, aquel que el poeta amigo Juan Cobos Wilkins mostraba en un título apocalíptico: «el mundo se derrumba y tú escribes poemas», aunque con el dolor de cabeza y el malestar ni para poemas queda hueco. Qué frágiles somos. Hay gente que muere en una UCI por este maldito bicho que ahora nos invade imperceptible salvo en los síntomas o un test. Aun así, tenemos más posibilidades que Stewart en su obligado encierro y algunas ventanas digitales nos muestran el mundo. Revisamos las noticias y el mundo sigue impertérrito en su parte imbécil, la amenaza de guerra –de la que nos advirtió Sófocles hace muchos siglos que es eterna–, de las luchas políticas inconsistentes, de quienes anhelan lo malo del pasado, de las patadas y envenenamiento a nuestro medio ambiente, como la pertinaz sequía que convierte el suelo del olivar en un desierto, sin cubierta vegetal protectora; de los pobres más pobres y los ricos más ricos (lo dice Cáritas, ojo). Salimos de los encierros sin ser capaces de mejorar, pero sigan cuidándose.

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