País viejuno
Manuel Molina
Todo
parece alrededor viejo, o viejuno que dirían los modernos hipster con su barba
larga, pelo recortado muy cool y gafas de pasta. Escribo esta columna oyendo el
flamenco que sale aireado por la flauta de un joven llamado Sergio de Lope, que
intenta hacer flamenco del siglo XXI mirando a lo ya hecho y aportando la
distinción. Me gustan los jóvenes no aborregados que disienten con algo tan
poco valorado como el arte. Horas y horas de preparación para luego navegar en
aguas difíciles, en el mar abierto de la consideración. Cómo ser Paco de Lucía
o Miguel Poveda. Mientras tanto aportando un granito de arena.
Las
calles aparecen iluminadas en el centro con su llamada de luces para el
consumo, que no se nos olvide. Decía Pepe Mujíca que somos pobres porque
deseamos lo que no tenemos, la necesidad de acumular. Los escaparates
atractivos ofreciendo mercancía, un desgastado sucedáneo llamado Santa Claus o
Papá Noel que transita las calles con desapego, con aire impostado de ficción
increíble, sirva el oxímoron. Los belenes se iluminan con luces adquiridas en
las tiendas de los chinos que se encienden y apagan con desgana entre musgo y
pastores, donde un personaje alivia el vientre entre riscos artificiales.
Belén, campanas de un belén eternamente sitiado por romanos o por otras
variedades. Te ofrecen mantecados industriales hasta el hartazgo y piensas que
tal vez irán donde el amor olvidado a un limbo de saturación que los convertirá
una vez inútiles en pasado de lo que no es moda ni tiempo marcado.
A
los más lejanos le comunicamos nuestro estado por Facebook. Me siento Navidad.
A los más cercanos les enviamos cientos de mensajes innecesarios por whatsap,
con chistes in absentia, con soez repetición o intrascendencia mediática como
los programas de Telecinco. Todo el mundo envía y todo el mundo recibe salvo
los raros y los muy alejados de la tecnología falsamente democrática.
Escucho
el discurso de la esperada nueva política y veo fotos en los libros de historia
iguales que la situación actual. Sí existe un cambio, como me indica un amigo
ruso, no hay militares ni iglesias al acecho. Sí, pero mira a Don Niceto
discutiendo con Maciá el problema catalán en los años treinta y la derecha y la
izquierda buscando extraños compañeros de viaje. Ya, pero hay autovías. Sí pero
no puedes ir a más de cien kilómetros por hora. No, ahora le cambian el nombre
ya se podrá circular a ciento veinte. ¿Pero habrá tractores circulando para
embestirlos?
Hemos
evolucionado y los parques y plazas no tienen árboles y sí cemento. El mismo
cemento en todas partes lo que describió magistralmente Rafael Chirbes en sus
novelas sobre el pelotazo y la creencia en la nueva riqueza. No seas malafollá,
me dice. No hombre, vosotros estáis peor, os falta una zarina. No le agrada el
comentario pero seguimos caminando por un paisaje distante, por un arroyo seco
en pleno campo y rodeados de olivar y olivar. ¿Y esto es riqueza, mantenéis esa
creencia?. Que sí, hombre, no los levantó la nada…nos callamos y seguimos el
paso por veredas y laderas que en realidad no conducen a nada concreto, tal
solo el placer de caminar, hablar y pensar. Tu país es viejuno, me comenta y
luego calla. Pues el tuyo más, y me sale Caín.