miércoles, 16 de octubre de 2024

"MUJERES DESPUÉS DE UN OCÉANO" (Ideal 13-10-24))

Manuel Molina
En 1949 Juanito Valderrama compuso una canción que se convirtió en un símbolo para todas aquellas personas que tuvieron que coger el petate, si lo había, y la revivían en tierra extraña, inundada de sal y agua a quienes la oían y a quienes cercanos se quedaron. Era comenzar aquellos versos de «Cuando salí de mi tierra,/volví la cara llorando,/ porque lo que más quería/ atrás me lo iba dejando» y el corazón se atamboraba. La letra tiene su peculiar historia. 'El emigrante', aunque la escribió para recordar a los exiliados de la dictadura (él había formado parte de un batallón de la CNT en la Guerra Civil), el régimen franquista la acabó promocionando como una canción patriótica. «Adiós mi España querida,/ dentro de mi alma/ te llevo metida,/ aunque soy un emigrante/ jamás en la vida/ yo podré olvidarte». Quienes salieron tras la guerra o emigraron a probar fortuna desde mediados del siglo XX hasta las fábricas francesas, alemanas o suizas tenían en común que no querían irse pero lo tuvieron que hacer. Encontraron, a veces, en la puerta de una cafetería un cartel, «españoles, no». Fuimos emigrantes. Por nuestras calles encuentro algunas mujeres jóvenes o de edad mediana acompañando a mayores. Los llevan del brazo o en sus sillas de ruedas, los sacan a a pasear, a la compra, al banco o los llevan a la visita médica. Destacan por su piel oscura, el pelo largo muy negro, el habla cadente y musical, unidos a su sonrisa luminosa y duradera. Dejaron atrás la inmensidad de un océano y el amor y cariño de sus seres más cercanos y queridos. Llegaron como nuestros emigrantes. Tal vez piensen en algún momento como en la canción: «Yo soy una pobre emigrante/ y traigo a esta tierra extraña,/ en mi pecho un estandarte». Seguro que conocen la pena de las lágrimas cuando invade la nostalgia. Cuando se trabaja todos los días de la semana se explica como 24/7 y si hay un día libre 24/6, porque algunas de ellas con sueldo muy pequeño tienen ese horario. Subsisten y envían algunos ahorros para que la familia, entre la que se encuentran los hijos, puedan acceder a lo más básico. Hacen la tareas de cuidado y limpieza. A veces, las dos cosas, dos trabajos. Mientras tanto, los nietos de quienes se tuvieron que marchar y vivir algo parecido lo han olvidado con facilidad, historietas del abuelo en Zurich, Dusseldorf o Lille. Piensan que nunca hubo necesidad y que la vida fue siempre algo parecido a un bienestar ducal, de frigorífico, mesa y techo, ropa limpia y variada en el armario, vacaciones en la playa y sacar santos varias veces al año. Recuerdo otra canción compuesta por el argentino León Gieco que vivió la dictadura en su país al final de los setenta, popularizada aquí por la rojeras Ana Belén: «Sólo le pido a Dios/ que el futuro no me sea indiferente/ desahuciado está el que tiene que marchar/ a vivir una cultura diferente».

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