martes, 1 de noviembre de 2022

EL CARNAVAL DE JALOGÜÍN (IDEAL 30-10-2022)

El carnaval de Jalogüín Manuel Molina
En una reciente encuesta de ámbito nacional realizada por el Instituto IOS el noventa y cinco por ciento reconoce que se deja llevar por la opinión y las ideas de los demás y un setenta y dos por ciento suele hacer cosas que no quiere para no decepcionar. Es lo que se conoce como “opinión de rebaño”. Tal vez así podamos entender que una celebración llegada de una cultura ajena como es Halloween se haya instalado como necesidad para que jóvenes y mayores celebren un segundo carnaval, institucionalizado y promovido en escuelas como parte de sus festividades y gozo de bazares o tiendas de disfraces. Cada cual es libre de hacer lo que le plazca y permita su cuerpo serrano, mientras no moleste; pero sí que chirría y contrasta de manera sorprendente que la realidad de la muerte (la comprensión de la pérdida, el duelo) se esconda lejos de las aulas y se celebre una anécdota festiva que nunca mejor dicho la enmascara. Asisto atónito a la presencia en los colegios de madres y padres -viernes tarde- con sus criaturas disfrazadas y pintadas de esqueletos, novias cadáver, diablos o brujitas. Participa la mayoría y se puede circular por pasillos y aulas llenos de ficticias telarañas, calabazas con sonrisas maléficas y personajes inspirados en el cine de terror. Me planteo cuántos asistirían si se tratase un asunto de relevancia como las posibles obras de reforma, el huerto escolar, una muestra de solidaridad ante un caso de acoso o cualquier otra razón si se tuviese que recurrir a un viernes por la tarde. Me pregunto cuántas de esas personas, por ejemplo, acuden a votar cuando se convocan elecciones al consejo escolar, donde se dirimen todos los asuntos relevantes de un centro. Pero donde se ponga un carnaval sajón. Desde la cultura más cercana tampoco se quedan atrás y con ciertos celillos también se suman ahora a celebrar las nuevas “Carnestolendas”, en este caso apostando por modelos del santoral. En estos días se vuelve a mirar hacia la muerte, con el desasosiego que nos caracteriza, ya no resulta un carnaval acudir a los cementerios para limpiar y visitar tumbas o nichos de nuestros ancestros. Se expande un trasiego, sobre todo de mujeres, abrillantando mármoles y ornamentando lápidas con flores naturales y de plástico. Aún encontramos, en el lado opuesto, quienes no naturalizan el hecho más certero, el horaciano “pulvis et umbra sumus” (somos polvo y sombra) y como tal volveremos a ser polvo (pulvis reverterimur). Me pregunto si quienes se disfrazan con su alumnado serían capaces de llevarlos -con sus progenitores también- y hablarles/enseñarles en un cementerio que no debe haber miedo ante la muerte, sino respeto. Habría que explicarles cómo en nuestra cultura y en otras despedimos a nuestros seres queridos y cómo ha sucedido en otras etapas anteriores, cómo enterraban egipcios, romanos, vikingos, cristianos, judíos o musulmanes. Tal vez después sería maravilloso disfrazarse de lo que fuese para celebrar la vida porque hemos entendido la muerte.

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