jueves, 19 de agosto de 2021

Árboles y asfalto (IDEAL 15-8-2021)

Árboles y asfalto Manuel Molina En los días que superamos los cuarenta grados nos damos cuenta de la falta de sombras en pueblos y ciudades. Se nos revela que el urbanismo no presta la atención que debiera a los árboles. Podemos caminar bajo la calima inclemente sin pasar por debajo de una sombra, sintiendo que el asfalto y el hormigón potencian la sensación térmica, sufriendo calor en demasía. Aunque en cada proyecto urbanístico debe quedar contemplado un espacio para la llamada zona verde, en ocasiones se presenta tan escueta y descuidada que pronto parece un solar más. Baste recordar por parte de cualquiera de nosotros los momentos en que hemos sentido la necesidad de sentarnos en un banco ya sea de calle o parque bajo la generosa sombra de un árbol y no digamos ya si encontrásemos relativamente cerca una fuente de agua corriente y potable. Pero resulta cada vez más difícil poder realizar esa acción. En las nuevas barriadas los árboles de sombra se convierten en una anécdota o se ubican en lugares totalmente desacertados. Por parte de quienes diseñan los parques se percibe un absoluto desapego tanto a los suelos de tierra como a los agrupamientos de árboles que producen sombra en verano y la entrada de rayos solares entre sus ramas y troncos en invierno. Esa acción se repite también en las plazas o avenidas que son remodeladas, donde priman loserías y pequeños árboles reducidos a miniaturas de arbustos sobre macetones de hierro, que impiden su crecimiento natural y en realidad aportan muy poco. Esos espacios se convierten en monumentos estajanovistas, en los que ni siquiera la supuesta virtud de la funcionalidad es digerible. La forestación urbana ofrece especies como plataneros de sombra, acacias de Japón, falsas acacias o aligustres. Estas tienen un rápido crecimiento, resistencia a la contaminación o a las podas -en algunos casos aberrantes- y su mantenimiento es sencillo. Por otra parte, ofrecen muchas ventajas: generan microclimas naturales, actúan como pantallas acústicas, frenan la erosión ante las precipitaciones y los fuertes aires, suponen alimento, nido y refugio para animales y alegran nuestra vista desde el punto de vista estético. Nuestros árboles urbanitas son capaces de imponerse a la falta de riego, a las mencionadas podas e incluso al vandalismo; son verdaderos resilientes adaptando sus estructuras aéreas y subterráneas a un medio más hostil que propicio. Un aforismo anónimo nos recuerda que los árboles son el éxito más gran de la naturaleza; no odian, emanan solo felicidad y amor, como escribía Romano Battaglia, y por eso cuando estamos cerca de los árboles advertimos una corriente positiva y regeneradora. Sin ellos queda la parte desabrida de algunas existencias en las que parece calar tan solo polución, que no ha sido regenerada por la labor generosa de los árboles. En definitiva, la presencia de arboledas a nuestro lado nos humaniza y deberíamos extenderlas con mimo, seguro que provocaría una mejora necesaria en nuestra existencia diaria, donde un árbol solo temieran al rayo y como escribiera Darío, siga sintiendo.

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