Manuel Molina
En el último canto
de la Ilíada se narra el momento en que el rey Príamo, padre de Héctor, se
dirige al campamento de los aqueos para suplicar a un Aquiles colérico y
vengativo que le entregue el cuerpo de su hijo, al que ha matado. El rey se
humilla ante él, besando sus manos y con súplicas, y le solicita piedad.
Aquiles se conmueve, vencido por el dolor y la compasión, acepta y le devuelve
el cuerpo de Héctor para que los troyanos puedan celebrar sus ritos funerarios,
para que el fallecido pueda también descansar en paz. Ese gesto de misericordia
provoca en Aquiles la virtud, que lo aleja de la ira y lo aplaca. En las
religiones monoteístas esta es una
característica de la divinidad, con la que se obsequia al ser humano, la
misericordia. Si los que provocan el genocidio palestino creen en un dios
deberían ser misericordes, como también debieron serlo quienes secuestraron a
los israelitas del detonante, pero es desproporcionada la cólera resultante.
En la Antigüedad
clásica, la indolencia ante la injusticia no se veía solo como un defecto
personal, sino como un mal social que desestabilizaba la polis. Los pensadores
y escritores grecolatinos dejaron constancia de su rechazo a esta actitud,
entendiendo que el silencio y la pasividad ante la injusticia eran una forma de
complicidad. Platón en La República hizo crítica de esto, aludiendo a que el
"precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores
hombres". No se refería únicamente a la participación activa en el
gobierno, sino también a la justicia y lo
común. Por su parte, Cicerón, fue un ferviente defensor de la acción. Señaló
que "el mal es la inacción de los hombres buenos". Se enfrentó a la
corrupción y la tiranía, ejemplificando con su vida la necesidad de oponerse
activamente a la injusticia.
La falta de
protesta pública permitía a los tiranos y a los poderosos perpetuar sus abusos
sin temor a represalias. Bajo figuras como Sila o en el Segundo Triunvirato muchos
ciudadanos fueron asesinados o vieron sus bienes confiscados sin un juicio
justo, a menudo con la pasividad del resto de la sociedad, por miedo o
desinterés. Sin embargo, los estoicos, como Séneca, sostenían que el hombre
sabio debía cultivar la virtud, que incluía la valentía de oponerse a la
injusticia, aunque fuera de forma individual y a través de la resistencia
moral. Séneca mismo, consejero de Nerón, intentó moderar la tiranía del
emperador y su posterior suicidio supuso su último acto de protesta contra un
régimen injusto. La resistencia, aunque costara la vida, era vista por algunos
como la única respuesta digna frente a la tiranía y la indiferencia de la
mayoría. ¿Cómo se puede asistir impasible o mirando para otro lado cuando han
matado a más de sesenta mil personas entre ellas casi veinte mil niños
inocentes? No se puede ser connivente con la cólera, hace falta misericordia y
no miseria humana.
El corazón, (cord-cordis), las distingue.
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