Esperando a los del sentido común
Manuel Molina
El
filósofo Bertrand Russel nos legó hace años un
pensamiento sobre un concepto muy actual: “todo fanatismo es un refugio
de la inseguridad”. Resulta más que evidente que pese a poder disponer de la
mayor información y además con inmediatez, pese a ello, no se ha logrado
generar seguridad, sino todo lo contrario. Si realizáramos una breve
radiografía de nuestra sociedad más cercana, encontraríamos quienes en
apariencia han logrado tener una incuestionable seguridad en unos principios a
los que se ha accedido a través de ese conocimiento que provoca la era digital.
Ahora bien, un porcentaje muy elevado no se asienta en el conocimiento
científico, sino en el dirigismo malintencionado o yendo un poco más allá en el
bulo. Una vez que alguien se asienta en una parcela ideológica se retroalimenta
de lo que ella produce y todo lo ajeno o aquello que lo pone en duda se
desdeña; como militancia, se ataca sin miramientos. Nunca se reflexiona sobre
el origen de ese planteamiento o la posibilidad de que haya nacido del error o mala
intención.
Una
parte considerable de nuestro país vive en un estado de crispación inusitado.
Si realizamos el ejercicio de analizar algunos casos descubrimos que quienes se
prestan a lo combativo diario en las filas del fanatismo hace unos años eran
personas que no se distinguían por su irascibilidad, ni por su militancia en el
cuñadismo exacerbado, pero han llegado a esa situación y se muestran como parte
de un ejército adiestrado en defensa del melifluo peso racional. Eso sí, hacen
mucho ruido, en redes sociales, barras de bar y reuniones familiares o de
amistades. Sin embargo, la mayoría que los soporta o rehúye rara vez intenta
contradecir o aportar su opinión frente a ellos. Ese silencio en quien vive
enervado se toma como una victoria y puede que en parte lleven razón. Jürgen
Habermas lo estudió como acción comunicativa, cuando alguien calla por no
discutir, aunque sepa que el otro está equivocado, se rompe lo que él llama la
“situación ideal de habla”, ya que se elimina la disensión en el debate. El
fanático no sabe esto, pero lo intuye y se refuerza. Michel Foucault analizó
cómo el poder se ejerce no solo con la fuerza, sino también a través de los
discursos que delimitan lo que se puede decir o callar, basta con que
los demás se autocensuren.
Observo que ante las falacias e
imposiciones diseñadas desde opciones de vocación totalitaria se gana terreno aumentando
la idea del silencio del otro, frente al error fanático. La mayor parte de la
sociedad que atiende a razones reconoce el engaño de la inseguridad, pero no se
enfrenta a él y esa es la verdadera victoria de quienes quieren imponer su
ideología a través del silencio de la gran mayoría. La historia nos muestra
cómo suelen acabar esas situaciones. Como Kavafis esperaba a los bárbaros, esperamos
la voz de la mayoría, de los que mantienen el sentido común, de lo contrario
fracasaremos como democracia.
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